De hambre, de tener que luchar famélico contra otros famélicos por un poco de comida cada tres días; de la sed, del viento quemante y las cenizas de la esperanza.
De la verdadera miseria: del barro y el cartón y las latas y el frío.
De las vejaciones insufribles, de la esclavitud a una cama inmunda y a un dolor nauseabundo.
De la peste que hace caer a familiares y amigos en puñados.
Qué se yo del desarraigo, de la tortura, de la mirada y el puño xenófobos, del vacío de tenerlo todo y no tener nada, de la ultrajante necesidad de un hit.
Yo que nunca:
he besado a la muerte en la boca,
ni dormido con el hambre,
sido hijo de la vileza extrema
ni sentido la bota de un soldado encima,
yo qué putas sé.
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