viernes, 21 de octubre de 2005

En el principio

Adán extendió la mano y tomó el fruto del árbol prohibido. Lo comió lentamente, sentado bajo la sombra del árbol. Escupió un pedazo de cáscara y pensó.

Pensó en muchas cosas. Recordó el rostro de Dios cuando Él lo formó del polvo y le dijo que se levantara. Recordó la tarde en que caminaba con Dios por el jardín, durante el frescor del día y El le dio su único mandamiento:

—Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, pero no comerás del árbol de la ciencia del mal y el bien. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás.—

Adán no entendió muy bien lo que significaba morir, pero sintió que era algo terrible. No preguntó porque él aprendió pronto a no interrumpir los duros silencios divinos. Recordó también la única vez que la serpiente le habló, cuando lo sorprendió mirando fijamente al árbol de la ciencia del mal y el bien, donde ella estaba. Se deslizó suavemente por una rama y encarándolo, le dijo:

—No es cierto que morirás. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comas del árbol, verás el mundo como es.—

Y no dijo más. Adán caminó el resto del día solo y cuando se acostó a dormir al lado de Eva, se dio cuenta de que él sentía que algo estaba mal. Entonces Adán quiso saber.

Adán se incorporó y salió de la sombra del árbol, luego de culminar su largamente meditada acción. Entonces Adán supo. Tomó un fruto más, para Eva y fue a buscarla. Luego pasaron cosas demasiado conocidas.

Después de matar a la serpiente y mientras cavaba un hueco para enterrarla, Adán recordó sus palabras y sintió un hondo dolor por la muerte de la serpiente, por haberla matado y mientras tapaba la tumba, derramó ardientes lágrimas. No pudo evitar recordar también la últimas palabras que le dijo Lilith:

—Colócame como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo, porque es fuerte el amor como la muerte y la pasión, tenaz como el infierno; sus flechas son dardos de fuego como la ira divina. ¿Quién apagará el amor? No lo podrán apagar las aguas embravecidas, vengan los torrentes, ¡no lo ahogarán!.—

Y Eva llegó donde él y lo abrazó. Pudo ver entonces Adán lo solo que estaba.

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