Es como pensar en
una raza de gigantes derrotados,
la ruina de un paraíso,
la muerte azul y en cuclillas,
la asfixia de la muerte
en la vida que se escapa
como un aliento alienable.
¿Quién piensa en el final,
en el corte de silencios,
en la caída del avatar que sueña?
Soy un mendigo que reparte monedas,
benditas sean la fuente y las palabras.
Siento tus huellas en la arena,
oigo los latidos de una cama solitaria,
tengo el sabor del acero en los dientes,
veo la salida lejana
a través de la maleza y las espinas.
Sos como una memoria que roza,
que apenas se asoma
en una mente centrífuga
que se balancea sobre el autoaniquilamiento
y las conjeturas del camino.
Celebro la distancia,
el perfume del duelo,
te atisbo
en las ventanas
enmarañadas en el flujo de mi mente
y mi lápiz,
en el desorden y el tropel
de voces y gráficos,
pasás de reojo (gracias)
y pronto sólo vendrás
si yo te llamo,
lo cual es bueno,
lo peor de un final es que no termine.
¿Y después qué?
No sé, ahí estaré
y lo tomaré como venga,
como molino de agua
en un recodo agreste pero hermoso.
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