Viene otra vez, como un jaque, como un voto de castidad, como una rascadita en el culo. Un hijueputa momento en el tiempo tras otro, los higos cayendo del árbol, los higos maduros y jugosos tan dulces como morder un terrón, como todo lo que éramos, como todo lo que seríamos, amor; tan dulce como tan mío en los instantes de nuestra ceguera; nunca, nunca habrá suficiente, suficiente de las independencias, de las revoluciones, donde éramos iguales, todo lo que teníamos era el futuro. Dónde los niveles de reflejo, las dimensiones de lo surreal, las llaves del cielo, tu boca enredada en mi boca, las almas como lenguas; diosa, mi diosa, ¿a quién le rezo en las noches, diosa, por qué me has abandonado? Es como verte a través de la niebla e ir en pos tuyo y tenerte frente a frente y no poder atravesar la delgada línea de niebla entre nosotros. Uno no hace el amor sin intención, dejame al menos tu recuerdo regándose desde las estrellas hacia mis brazos, llenándome de crema de estrellas todos los rincones de mi cuerpo. El alzar la mano hacia las tinieblas, qué les dirás de mí a tus amigos; el error, un grave error, mi diosa dulce, quien te tuviera abrazada, dentro tuyo, dentro de tu alma, todo dentro, revolviéndose en lo inefable. Pobre criatura del síndrome de los espejos, esas imágenes del cielo tan asquerosamente perfecto: ¿ha sido acaso la mano del tiempo la que me ha barrido, estoy como el pilar de un muelle escribiendo las olas de la tormenta tan inbatiblemente solo, un madero contra el oceáno, quien puede resistir? Hay cosas que no se deberían permitir en los hondos tambores del alma, un golpe seco, un dolor tan horriblemente seco, un pésimo sabor de boca. Cosechando acritudes, penas, inútiles alegatos, ¿no habrá manera de derribar esa puerta aunque fuera comiéndosela? Sólo el desacelere, el tirarse a la cama, escuchar los sermones de los parlantes, irse en el viaje pero sabroso y luego únicamente esperar a que se me baje...
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