Un puño atraviesa el vidrio de una ventana,
tomo las filosas astillas
y me las llevo a la boca,
las ingiero golosamente,
masticándolas despacio.
Los fragmentos y mi sangre
forman un bolo no alimenticio
que baja lentamente al estómago
rasgando todo a su paso.
Nunca he sido de luchar guerras perdidas
y no hay lucha más perdida que ésta.
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