Tengo la naúsea. La naúsea causada por lo que me rodea y me abruma, me somete, me viola. Siento la asquerosa marea de la vida a mi alrededor, dentro de mí, la vida y su miseria: las moscas, la arena sucia, la soledad imbatible, la mano de metal que aplasta los cuerpos, el ansia de otredad, la avalancha de banquetes infectos, el miedo, la lucidez, el poder y la decrepitud. Soy un poseso de la marea, que jala mis hilos y me gira y sigo viendo lo mismo, por doquier. Me conducen por caminos que topan todos con el mismo muro y la imposibilidad de finales felices. Veo que el universo es un vasto error, que mi existencia y la suya son apenas contingentes; el universo y yo somos uno y corro por él como él corre por mis entrañas, aullando de cansancio y decadencia; añorando el descanso y la paz turbados por la equivocación de la vida. El universo y yo estamos cara a cara y concordamos en nuestro íntimo deseo: que se detenga.
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