domingo, 9 de octubre de 2005

Diana

Perdóname que insista una vez más. Déjame ser tu amante. Te lo he dicho tantas veces, como en un rosario: eres la más hermosa de las mujeres. ¡No seas tan ingrata! Eres dura y terrible cuando quieres, pero aún en tu furia eres preciosa. Déjame que junte mis labios con los tuyos, que son rojos como las plumas de las lapas y exquisitos y frescos como las manzanas de agua. Déjame besar tu cabello de hilos de agua pura y tu corona de orquídeas. Permíteme estrecharme a tu cuerpo firme de ceiba virgen y untar mi piel con el barro sagrado que te cubre. Sé mi amante y yo iré a lo más profundo de tu reino y te traeré regalos soberbios: telarañas de jade y miel de jocote, mantos de flores y castillos de bejucos, niebla dulce y cascadas inverosímiles, espuma de mar en un vaso de coco y un cuchillo de coral para que me inmoles en tu altar. Si me correspondes, juntaré miles de hojas y te haré un lecho sublime, te llevaré en mis brazos cantándote himnos secretos y te acostaré tan suavemente como la brisa de madrugada. Ahí acariciaré tus senos desafiantes de tonos azules y verdes, tocaré tu piel arenosa y blanca y besaré tus pies de guijarros de río indómito. Verteré mi alma en tu vientre hirviente de roca volcánica y esclavizaré mi vida a la adoración de tu presencia. Consumaremos nuestra unión y yo aniquilaré a los que te maltratan, huiremos del mundo y nos perderemos en un laberinto de troncos musgosos y juntos procrearemos ciervos y mojarras, higuerones y jaguares, indios y agua salada.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario