Habían dos mujeres en mi vida. Thel era dulce, era alguien a quien cuidar. Con ella pasaba horas enredándonos en largas conversaciones, yendo al cine, tomando café. Íbamos a la playa o a la montaña, o uno visitaba al otro y se quedaba unos días, veíamos películas y cocinábamos. Reíamos mucho, todo era como un juego inocente. Mi amor por ella ha sido puro, como el vino que nace del baile de vírgenes ruborosas. Nunca nos habíamos acostado. Hacerlo hubiera sido de alguna manera envilecerla, mancharla; para mí ella era ternura y no podía vincularla a mi deseo.
Ruth y yo nos veíamos un par de veces al mes. Generalmente ella me llamaba. Nos veíamos en moteles que íbamos rotando. Apenas hablabámos. No era necesario. Siempre era como la primera vez, cuando nos miramos y todo fue tan lógico, tan consecuente como seguirla al baño y compartir un orgasmo sin saber nuestros nombres. Ruth también era dulce, pero diferente; era intensa, era como si estuviera buscando algo en mí, como si me hubiera extrañado largo tiempo. Yo encontré cálida su carne, el abrazo de su boca, los golpes de su pelvis y los huesos afilados de sus nalgas clavados en la mía. Sospeché de ella lo que sospeché de mí, que no había un por qué para las palabras, las ceremonias, los pasos conocidos. Apenas hablábamos; había instantes en que rondábamos la confidencia y los sentíamos incorrectos. Había algo amargo en ella, su risa era triste, como cuando me decía my fuck buddy y yo le contestaba lo mismo y ambos sonreíamos mordiéndonos los labios.
Ruth no volvió a llamar. Empecé como a extrañarla, pero era una sensación de algún modo ilusioria. Decidí llamarla, y mientras marcaba su número tuve un instante de lucidez en el que recordé la última vez que nos vimos y de cómo ella me besó en la mejilla al despedirse, lo que nunca había hecho. Supe que no la volvería a ver. Quise llorar pero no hallé fuerzas. Pronto Ruth se convirtió en un recuerdo vago y sus rasgos se me perdieron tratando de definir, de ubicar. Me alejé de Thel y de los demás y dejé que me cortaran el teléfono. Ahora sólo trabajo y estudio ajedrez el resto del día, con fastidio, sintiéndome fallido, incompleto, nulo.
Thel ha venido hoy. Está aquí. Me mira y de alguna manera sé que ha llorado. No ha dicho nada. Se ha quitado la ropa y me ha rodeado con sus brazos por detrás, y me da suaves besos. Ahora siento su peso sobre mí, su piel ligeramente erizada, su respiración entrecortada. Me abraza el cuello y se hace un ovillo sobre mí. Se queda así unos instantes, yo trato de escribir; es cada vez más difícil, yo quiero terminar esto pero con lo que ella me está haciendo ahora tendré que dejarlo aquí. Sólo tengo dos cosas que agregar: Una, no te extraño a vos, extraño lo que sentía con vos y eso, definitivamente, no es igual. Y la segund
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