lunes, 28 de noviembre de 2005

La muerte del Quinto Jinete

Todo lo que tiene un principio tiene un final.
Este es el final.
Fue bueno mientras duró.

Si es oportuno,
algún día daré una explicación
mas ese día no es hoy.



El Quinto Jinete

domingo, 27 de noviembre de 2005

¡Última noticia! Urizen retorna a las verdes canchas

En medio del ajetreo del brete, resuena silenciado el tema de Charlot en mi celular, anunciando una llamada del celebrado Urizen:

—Mae, ¿está en el brete? Ok. Vea, ¿qué, consiguió? Sí, estoy hablando de la ganja. Avíseme. Yo lo llamo ahora.—

Salgo. Es tan raro andar en la calle una tarde de sábado, que al salir de la cárcel no puedo evitar hacer un amplio gesto de triunfo con los brazos. Camino triunfal por un barrio de ricos como César entró en Roma luego de cruzar el Rubicón. Alea iacta est. Llego a la casa, reviso el blog, reviso los comentarios; decido esperar a que haya más para empezar a contestarlos. Doy vuelta por los otros blogs, chequeo si hay respuesta a mis comentarios. Me entretengo con el multitudinario cuestonario que contestó la Maga. Me vendo las manos para boxear, he estado demasiado perezoso, como un oso presto a invernar. Sin darme cuenta me iba resbalando lentamente hacia la izquierda, hacia mi camastro que me recibe tierno como un anciano padre. Duermo un par de horas, me despierta la llamada oportuna de Freya. Conversamos, yo detrás de los velos del sueño. Me molesta que no boxié. Tengo que procurarme las viandas de mañana. Estoy pero quebrado: cuatro rojos hasta el jueves que pagan otro sueldo de los que me caen a la billertera y de inmediato dan el brinco al vacío. Ya agoté los prestámos de mis padres, mis pocas amistades me significan aún menores posibilidades de préstamos. El dilema de siempre: se tiene tiempo sin plata o plata sin tiempo. Decidí ampararme al hecho de que tal vez yo estoy equivocado y al Mateo 6:26. Compro comida, algo que se puede extender por varios días pero dentro de la rígida distribución del presupuesto. Llego a la casa, tengo que lavar, ya no tengo ropa interior limpia y cocinar. Resuena Charlot y su danza. Urizen:

—¿Entonces, qué? ¿Nada? ¿Cuánto? Está bien yo se los presto, que de por sí ando de garrotero esta quincena. Yo puedo conseguir, pero hay que ir con un compa hasta Villa Colón. Pero es seguro el negocio. ¿Suena? OK. Déjese venir. ¿No tiene para el taxi? Bueno, aquí lo aguanto, me llama cuando llega.—

Vuelve a las canchas porque ya consiguió otro brete y no le piden miaos. Me semimudo. Me pongo mis tenis más viejas. Buenos recuerdos, viejas compañeras. Cruzo San José con un par de contratiempos y un par de llamadas más. Foneo, camino, Urizen sale al encuentro y nos saludamos con un ritual que tiene por lo menos diez años; hoy estamos arrasando con la nostalgia. Conversamos, lo pongo al tanto de mis desventuras emocionales y de mi satisfacción por la identificación de lastres psicológicos y una próxima confrontación con mi progenitora. Me narra sus cuitas, que son básicamente que las cosas se terminaron con su exigente ex-novia por no cumplir él fulmente con el patrón social de éxito. Pobre de ella. Filosofamos; hemos rodado ya algunos años y empezamos a vislumbrar cómo es la vara. Trazamos el futuro sentimental de ambos a todos los plazos. Volvemos a la yerba. Me informa el plan, no sin desilusionarme, ya que resulta que el de la vuelta es un gringo. Yo convencido de su futilidad (gringo leáse WASP, Ila) veo nublarse el horizonte. Empiezan los ires y venires, Mr. Johnny Smith, como todo gringo, está trastornado. Nos envuelve en una trama de verborrea con acento de Colorado y no sé por qué ligeramente inglés de UK. Se le mete ir a un night club. Arrugo la cara, porque no hay nada peor que depender de un gringo que lo ve a uno como a una niñera. Sólo había ido una vez a un night club, por la falta de interés: ¿para qué meterse a una tienda de brillantes caramelos si no se puede comer ninguno? Nos sentamos, el asunto de la yerba se vuelve crecientemente confuso, parece que ya se compró, costó milqui y es un pellizco de cajeta. Bebemos una cerveza, Johnny Smith deambula por el lugar y Urizen y yo discutimos diferentes opciones. Yo ando con ánimo de ser asertivo de una manera ruda, el otro planea una verónica. Mientras, vemos tetas infladas, nalgas con ronchas, vaginas extrañamente familiares. A un lado del escenario, un tipo duerme apaciblemente, se nota que no es la primera vez que viene. Aquí todo es como las luces de navidad y los aromatizantes de ciprés para carro: se ven bonito y brillante pero detrás no hay más que vacío. Hay más gringos que ticos, gringos que aquí se ríen con las dominicanas entre las piernas pero tienen que apartarse el revólver de la sien cada vez que se van a dormir. Pienso un poema, lo postearé más tarde si no se me olvida. Hay una increíblemente guapa. Para mí el estar aquí es como comer abundantemente lo que no nos place mucho. Decidimos seguir con el Johnny. Salimos, recogemos el carro de él, Urizen y yo fracasamos en el intento de apoderarnos de la yerba, compramos birra y yo una bolsa de platanitos. Volamos a Ciudad Colón, yo odiaría vivir aquí tan largo. Soy citadino recalcitrante. Llegamos, nos acomodamos, me apropio de la ceremonia y utilizo mi botiquín: esculco, separo (está bien limpia, es señal de calidad,) troceo, pico, enrolo un par de puros medium en medio minuto. Urizen no ha venido a perder el tiempo. El zacate arde ya aprisonado entre sus dedos, labios y llama. Hablamos en inglés consideración al inepto que tiene años de vivir aquí y no aprende español. Hasta el momento no ha dado señal de no ser otro tachón en la lista de la humanidad creativa. Hemos hablado paja y más paja, el spliff brinca de boca en boca y la cerveza fluye como lo haría en mi cielo si lo hubiera. Ella aparece de nuevo en mi mente, su recuerdo ha regresado en lo últimos días con cierta rudeza revanchista. Esto que hago es un paso que no tiene retorno. La magia ocurre, entre más gente fuma de un puro más alcanza para todos. Inmolamos apenas uno y los tres viajamos alto. Se inicia una conversación en la que el hilo se pierde entre carcajadas y a cada rato, verborreamos en una lengua que no es la mía, encuentro lo distinto y lo semejante que es el gringo a mí. Es fascinante que pueda existir alguien que sea la vez diferente pero de alguna manera parecido, hay ciertas cosas que parecen ser inherentes. Haber practicado el hunting y el snowboarding, estado en la cárcel, asistir al high school o sea al sit com, haber producido y vendido crack y conocer de primera mano sustancias a las cuales yo no me arrimaría; no parecen ser experiencias comunes al resto de la humanidad, tampoco como tener un tata jubilado que vive con uno el mismo país del extranjero, se ha planchado la cara y sale con chavalas con edad para ser novias mocosas de uno. Pero algo vislumbré, algo común, como el mismo vértigo de existir, la vida parece ser una cabeza de agua en todo lado y ya no veo a Johnny como un gringo sino como un ser humano y de hecho, como repetimos todos antes de irnos Urizen y yo, que este periplo debe suceder de nuevo, lo creo verdaderamente y no lo preveo como algo aburrido.

Nos sacudimos la modorra como perros mojados e iniciamos el largo viaje de regreso en medio de las profundidades de este mar de aceite. No se aparecen por dicha los temidos escualos de rojo y azul. Nos vamos por un combazo en la Muerta de Hambre, que Dios tenga en Su Gloria. Mientras como, pienso este post y sobre la conveniencia de quitarme tanto el calzón; me atengo la comprensión de mi amable Auditorio, aunque brinque, parafraseando a la Maga. Siempre hay tiempo para un par de hits más y unas breves palabras con mi hermano del alma.

—Nos hablamos, viejazo. —

Encuentro una menuda sorpresa en el correo. Sí, sí lo es y sí lo entiendo. El camino ante mí se ha despejado de brumas. He decidido. Una vez más haré lo correcto y ojalá existiera un Malek Taus a quien encomendarle que me librara de mi conciencia.

Y escribo este post. Con Marley y el Kronos Quartet. Todavía high. Debe tener más errores morfo-sintácticortográficos que de costumbre. Mañana me levantaré a duras penas y llegaré tarde a mis estimulantes once horas de trabajo.

Su horóscopo de hoy

Los celos son una pasión que nunca puede ser satisfecha.

Salomé

Baila Salomé,te ofrezco,
tal vez no en bandeja,
mi cabeza;
tampoco de plata la bala que me atraviesa los sesos,
ni que fuera un werewolf,
con plomo basta.

Te huelo
y es una bocanada de frescura
que se diluye demasiado rápido;
de tanto ver hasta se pierde el deseo,
se necesita ir más lejos cada vez
y mi sucio cuerpo ya no da.

Podrías hablar de amor durante horas,
nadie más experto,
qué podría decir yo
(has vuelto a ver a aquél, que parece disfrazado de pirata)
pienso: qué alegría podría brotar de aquí?
el aire cargado de humo
un deseo lánguido
vasos de desesperanza
sonará a lugar común
de cinta de detectives,
pero es así,
al menos hoy y ahora.

Baila,
Salomé,
te unto limón en el pubis,
espolvoreo sal encima,
el tequila baja ardiendo,
la lengua me trae un conato
de lo que es un momento,
baila, Salomé,
no me pidas mi cabeza,
no me pidas mi cabeza,
no me pidas mi cabeza.

sábado, 26 de noviembre de 2005

La maldición de Casandra

Siempre les digo lo que va a suceder,
detalle a detalle,
calmadamente.

Nunca me creen,
es como si no me escucharan.

Revuelvo en mi boca
el escupitajo de Febo,
escupo al piso
pero nada cambia.

Siempre les digo lo que va a suceder,
detalle a detalle,
calmadamente.

Orestes, éste es Neoptólemo. Neoptólemo, Orestes

A uno no le quitan nada.
Uno lo pierde.

Conclusión pseudobudista

Hay muchas maneras de ser miserable
y sólo una de ser verdaderamente feliz.

Advertencia robada

En el sexo, como en el quehacer científico, demasiada preocupación por la técnica conduce a la impotencia.

Verde que te quiero verde

Verde que te quiero fumar,
verde que te quiero coger;
fúmame, verde,
cógeme.

viernes, 25 de noviembre de 2005

Ye olde Shakespeare

(XXII)

(...) Presume not on thy heart when mine is slain;
Thou gav'st me mine, not to give back again.

(XL)

Take all my loves, my love, yea, take them all;
What hast thou then more than thou hadst before?
No love, my love, than thou mayst true love call;
All mine was thine before thou hadst this more. (...)

(XLIII)

(...) All days are night to see till I see thee,
And night bright days, when dreams do show thee.

(LXXI)

(...) Nay, if you read this line, remember not
the hand that writ it; for I love you so,
that in your sweet thoughts would be forgot,
If thinking on me then should make you woe. (...)

La tristeza del rey elfo

El salón principal del palacio está excavado en el propio cerro y es de una altura imposible. Las columnas de piedra, cubiertas con caracteres cincelados por expertas manos y que narran la historia del pueblo de los elfos, se elevan como quietos gigantes sumidos en silencio. En cadenas de plata que cuelgan largamente del techo hay incrustrados cristales que bañan el lugar con una tenue y azulada luz. Al fondo del salón se alza el enorme Árbol Blanco, que emana su propia iridiscencia y cuya vida está ligada a la permanencia de la estirpe de los elfos en esta tierra. Atrás del árbol, a los lados y saliendo directamente de la pared de roca, nacen los dos manantiales de agua helada y pura que convierten en una isla el ancho pedestal de donde se alza el tronco y recorren el salón en dos corrientes paralelas de suave murmullo hasta la salida del salón, la salida del palacio y se adentran en el Bosque Negro. Bajo la lechosa luz de la sombra del árbol, está el trono de piedra donde se sentó el primero de los monarcas elfos: sobre él, recogido en hondos pensamientos, está el Rey.

El Rey está enfermo, enfermo de muerte y no lo sabe aunque lo sospecha. Es alto y largo como la agonía del anhelo, de largos miembros y cabello platinado, pálido como un fantasma, de rasgos escrupulosamente inexpresivos y ojos vagamente azules; viste una delgada armadura negra y una amplia capa blanca. Sus manos se cruzan juntas sobre el mango de la Tiznada, la oscura y milenaria espada, invicta en mil batallas, que han empuñado todos sus antepasados reyes desde el primero. La espada desnuda se apoya como un bastón frente a él y la mirada del Rey se pierde en la amplitud de su soledad.

La Reina ya no estaba. La Reina se había ido y ya no volvería. El Rey tenía el amor por ella clavado como una lanza en el costado, el amor terriblemente hondo e intenso y recordó la lejana época cuando ella estaba a su lado y el mundo parecía otro, era un eterno juego entre las sábanas de blanca seda, una eterna caminata por la montaña fresca. Pero ella ya no estaba. El Rey se sentía muerto, probaba el vino, comía jugosos manjares, dormía en un lecho suave, tenía el respeto y cariño de su pueblo y aún así se sentía muerto. Al principio había perseguido a sus angelicales sirvientes, las había agotado con urgencias de medianoche, para luego mirar el distante techo, preguntándose qué hacer para acabar con ese terrible vacío y ahora sólo podía languidecer a la sombra del suavemente luminosos Árbol Blanco.

El Rey había oído hablar de algo que hacían los hombres. Ellos, de acuerdo a las historias, cuando los embargaba la tristeza, hacían algo que llamaban llorar y sus ojos vertían líquido. El Rey, en una lejana batalla, recordó haber observado a un rey de los hombres que al ver a su hijo muerto, se arrodilló junto al cadáver y bajó el rostro por unos momentos; cuando lo alzó, en sus mejillas habían un par de gotas de agua. Supuestamente el llorar hacía que la tristeza se fuera, la liberaba dulcemente como un animal que ha estado herido es devuelto a la montaña. Pero los elfos, que ni siquiera tienen palabras para la compasión y la misericordia, no hacían tales cosas. El Rey deseó poder hacerlo, deseó ardientemente poder hacerlo, poder arrojar de sus ojos caudalosos ríos y que éstos llegaran hasta el lejano y gris mar y así poder quitarse el peso muerto de su tristeza, el peso que lo aplastaba y que lo mataba, poco a poco, día a día.

Los ojos del corazón

Todos deseamos poder. Unos desean el poder de la seducción, otros el carisma de dirigir multitudes, otros anhelan el estatus del dinero y su capacidad de darles las cosas que quieren. Yo aspiro al poder más grande de todos: llegar a dominar mi propio corazón. Nada más.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Te has de llamar Freya

Ya,
mi querida Freya,
deja ir la ponzoña de los celos,
que yo no he de ir
donde tú temes.

Estoy aquí,
con la cadena
que hemos hecho,
eslabón por eslabón.

¿La ves alrededor de mi brazo?

Sous le SOLEil de Satan

Había oído hablar
de un patio suicida,
un lugar de altísimas paredes
donde llevan todas las ciegas escaleras
y desembocan todas las arteras puertas.

De profundo azul
como los abismos del mar,
en sus altos muros
hay un tapiz de extrañas criaturas,
devoradoras de brillos y oropeles,
que se ocupan en ser miserables.
Se oye llover
y la lluvia no cae,
del sol sólo entra su sombra,
sus formas monstruosas
me hacen pensar
en su atroz armador y dueño.

Hoy lo visito,
me paro en el filo
del silencio (de lejanos murmullos)
que me invita.
Sí, se necesita un contraste;
lo que hace falta,
allá en el fondo de rocas musgosas
es un gran manchón rojo.

TLC

Si la Cámara de Comercio de Tiquicia y la gente de plata elogian el TLC, es un signo inequívoco de que no nos conviene al resto de los ticos. Los ricos nunca apoyan nada que no los vaya a beneficiar y lo que beneficia a los millonarios generalmente perjudica a los pobres. La riqueza es una, constante: no crece ni disminuye, sino que se reparte mal.Pero lamentablemente será aprobado. ¿Quién le dice que no al Tío Sam? Quien lo hace, es aplastado por él. Por lo tanto, estamos en una encrucijada en que las dos opciones son indeseables.

miércoles, 23 de noviembre de 2005

Saladino

Estoy plantado con mis dos pies sobre el suelo y cada kilo de mi cuerpo quiere expandirse y poseer el universo. Escojo el licor más amargo, la mujer más cruel y la vida más ardua. No he venido a pasear, vine a escupir, a hundir mi puño en la tierra y cavar un profundo surco como las arrugas en la cara de una anciana bruja, a moler huesos y gritarles en la cara, hasta dejarlos sordos y ya no me quede ni un rastro de voz. Lo que más me incomoda de la pureza es la prisa y mi muerte no será notada: los mejores cazadores no fallecen, desaparecen.

Himno al ángel de una sola ala

Él sabía que era diferente,
surcaba los cielos
con una única ala,
un ángel de poder
y venganza.

Pronto se odió a sí mismo
y pronto odiaba todas las cosas,
como una larva voraz
salió de su cascarón:
su única ala de plumas feroces,
su piel de sombra
y sus ojos helados
fueron vistos en la tierra
por primera y única vez.

Bajó del cielo y con él
negros remolinos,
la tierra se partió
como un terrón entre sus manos
y no hubo más que muerte,
el fin pasó tan rápidamente
que apenas fue notado.

El resto del planeta
es un barco que recorre el universo.
Él duerme ahora un intranquilo y breve sueño,
pronto estos escombros llegarán a su puerto.

Confidencia paternal

Hoy, hablando con mi padre, me contó que cuando va a la finca de mi familia paterna a hacer trabajos como sembrar árboles y recoger frutas, él continúa hablando con su padre, mi abuelo. Dice que le cuenta cómo van las cosas y le pide consejos; de esta forma, me reveló, su padre sigue presente en su vida. Me imagino que no es que charla con él (aunque habla solo, como todos en la familia) sino que dentro del monólogo de su interior, él puede sentir la voz de mi abuelo ahí. No pude evitar pensar en el futuro ojalá lejano y me alegré porque me di cuenta de que mi viejo nunca me dejará del todo.

(Terminé este post llorando como la Magdalena. Nadie me tiene escribiéndolo justo cuando sonaba Air Supply.)

martes, 22 de noviembre de 2005

Yo soy el golem

Soy un montón de barro
que quiso ser un hombre.
Las palabras me dieron la vida,
las palabras me la quitarán.

Vano

La aceituna. La copa. El perfume.

La copa de cristal cortado, de amplia base, largo tallo y el cono invertido como una flor a medio abrir. El cristal es tan claro que parece que fuera aire, aire colado y cayendo sumamente despacio, chorreando, resbalando en la infinita divisibilidad del tiempo y sus instantes. Tomarla será como tomar el aire, como tomarla a ella.

La luz de la lámpara es tan amarillenta.

Es su perfume. El que ella dejó de usar a los pocos meses pero que me quedó estampado como un sello en el oscuro rincón mental donde se guardan los olores como lanzadas en un costado. Mi corazón se vuelca cuando percibo este perfume en la calle, usado por una insospechada congénere de ella, ella la infinita e indistinguible. La copa rebosa de perfume y es como un pequeño mar en calma, de color ámbar. El cuarto rebosa de ella, es como meter la cabeza en el pequeño mar y respirar esa agua con sabor a lágrima y es como si ella estuviera aquí sin estar, como tenerla aquí pero no poderla definir o explicar, apenas inferirla de alguna fuerte manera.

Yo ya antes he estado muerto.

Una aceituna. Dura, amarga y salada, como ella. La piel es suave y firme, me hace recordar. Podría morderla y sería una explosión en mi boca, con sabor a lágrima: esa amargura, esa salazón en mi boca, como un recuerdo evadido, como una promesa fracturada. Pero no, no la morderé, más bien la contemplo en su redondez de nalga, extrañamente excitado.

Hoy sólo es un día perfecto.

La dejo caer, el perfume se abre a su peso y forma una corona alrededor del choque, diminutas olas se forman y derraman el perfume en la mesa de caoba. Fue como un grito en silencio. El pequeño mar pierde la calma y la aceituna se hunde, ya no es verde, es como de color ámbar y parece que flota en un cono invertido de perfume, porque la copa parece desaparecer en el aire, desahacerse, volverse viento; es una con el aire, la luz tenue de la lámpara parece crear tal ilusión. La aceituna se encamina al fondo, cae con lentitud, una caída sostenida y predecible. Mis ojos enrojecidos, de vasos reventados, miran las parábolas y bucles que describe la aceituna en su caída; su caída es una burla, el soliloquio de un tonto enajenado que babea al hablar. Toca fondo y produce una leve vibración en el perfume, lanzando una leve ola de olor sobre la superficie del aire viciado. La aceituna asciende como un ángel perezoso, en una vertical ascendente, un puño que golpea desde abajo a quien nos aprisiona contra el suelo, pero muy despacio, los golpes siempre suceden despacio en la memoria. La aceituna flota, como el remanenente de un naufragio ocurrido hace años, pero presente en el presente, clavado en este preciso instante en que la aceituna flota inmóvil en el perfume inmóvil, en la copa inmóvil, en la atmósfera inmóvil del cuarto inmóvil. Por un segundo dejo de respirar y los latidos parecen cesar, saboreo la eternidad de un instante inútil y vilmente repetible, idéntico al que lo antecedió y al que lo sucede y eso, ¿qué cosa es sino la eternidad?

Nunca habrá el tiempo suficiente.