En medio del ajetreo del brete, resuena silenciado el tema de Charlot en mi celular, anunciando una llamada del celebrado Urizen:
—Mae, ¿está en el brete? Ok. Vea, ¿qué, consiguió? Sí, estoy hablando de la ganja. Avíseme. Yo lo llamo ahora.—
Salgo. Es tan raro andar en la calle una tarde de sábado, que al salir de la cárcel no puedo evitar hacer un amplio gesto de triunfo con los brazos. Camino triunfal por un barrio de ricos como César entró en Roma luego de cruzar el Rubicón. Alea iacta est. Llego a la casa, reviso el blog, reviso los comentarios; decido esperar a que haya más para empezar a contestarlos. Doy vuelta por los otros blogs, chequeo si hay respuesta a mis comentarios. Me entretengo con el multitudinario cuestonario que contestó la Maga. Me vendo las manos para boxear, he estado demasiado perezoso, como un oso presto a invernar. Sin darme cuenta me iba resbalando lentamente hacia la izquierda, hacia mi camastro que me recibe tierno como un anciano padre. Duermo un par de horas, me despierta la llamada oportuna de Freya. Conversamos, yo detrás de los velos del sueño. Me molesta que no boxié. Tengo que procurarme las viandas de mañana. Estoy pero quebrado: cuatro rojos hasta el jueves que pagan otro sueldo de los que me caen a la billertera y de inmediato dan el brinco al vacío. Ya agoté los prestámos de mis padres, mis pocas amistades me significan aún menores posibilidades de préstamos. El dilema de siempre: se tiene tiempo sin plata o plata sin tiempo. Decidí ampararme al hecho de que tal vez yo estoy equivocado y al Mateo 6:26. Compro comida, algo que se puede extender por varios días pero dentro de la rígida distribución del presupuesto. Llego a la casa, tengo que lavar, ya no tengo ropa interior limpia y cocinar. Resuena Charlot y su danza. Urizen:
—¿Entonces, qué? ¿Nada? ¿Cuánto? Está bien yo se los presto, que de por sí ando de garrotero esta quincena. Yo puedo conseguir, pero hay que ir con un compa hasta Villa Colón. Pero es seguro el negocio. ¿Suena? OK. Déjese venir. ¿No tiene para el taxi? Bueno, aquí lo aguanto, me llama cuando llega.—
Vuelve a las canchas porque ya consiguió otro brete y no le piden miaos. Me semimudo. Me pongo mis tenis más viejas. Buenos recuerdos, viejas compañeras. Cruzo San José con un par de contratiempos y un par de llamadas más. Foneo, camino, Urizen sale al encuentro y nos saludamos con un ritual que tiene por lo menos diez años; hoy estamos arrasando con la nostalgia. Conversamos, lo pongo al tanto de mis desventuras emocionales y de mi satisfacción por la identificación de lastres psicológicos y una próxima confrontación con mi progenitora. Me narra sus cuitas, que son básicamente que las cosas se terminaron con su exigente ex-novia por no cumplir él fulmente con el patrón social de éxito. Pobre de ella. Filosofamos; hemos rodado ya algunos años y empezamos a vislumbrar cómo es la vara. Trazamos el futuro sentimental de ambos a todos los plazos. Volvemos a la yerba. Me informa el plan, no sin desilusionarme, ya que resulta que el de la vuelta es un gringo. Yo convencido de su futilidad (gringo leáse WASP, Ila) veo nublarse el horizonte. Empiezan los ires y venires, Mr. Johnny Smith, como todo gringo, está trastornado. Nos envuelve en una trama de verborrea con acento de Colorado y no sé por qué ligeramente inglés de UK. Se le mete ir a un night club. Arrugo la cara, porque no hay nada peor que depender de un gringo que lo ve a uno como a una niñera. Sólo había ido una vez a un night club, por la falta de interés: ¿para qué meterse a una tienda de brillantes caramelos si no se puede comer ninguno? Nos sentamos, el asunto de la yerba se vuelve crecientemente confuso, parece que ya se compró, costó milqui y es un pellizco de cajeta. Bebemos una cerveza, Johnny Smith deambula por el lugar y Urizen y yo discutimos diferentes opciones. Yo ando con ánimo de ser asertivo de una manera ruda, el otro planea una verónica. Mientras, vemos tetas infladas, nalgas con ronchas, vaginas extrañamente familiares. A un lado del escenario, un tipo duerme apaciblemente, se nota que no es la primera vez que viene. Aquí todo es como las luces de navidad y los aromatizantes de ciprés para carro: se ven bonito y brillante pero detrás no hay más que vacío. Hay más gringos que ticos, gringos que aquí se ríen con las dominicanas entre las piernas pero tienen que apartarse el revólver de la sien cada vez que se van a dormir. Pienso un poema, lo postearé más tarde si no se me olvida. Hay una increíblemente guapa. Para mí el estar aquí es como comer abundantemente lo que no nos place mucho. Decidimos seguir con el Johnny. Salimos, recogemos el carro de él, Urizen y yo fracasamos en el intento de apoderarnos de la yerba, compramos birra y yo una bolsa de platanitos. Volamos a Ciudad Colón, yo odiaría vivir aquí tan largo. Soy citadino recalcitrante. Llegamos, nos acomodamos, me apropio de la ceremonia y utilizo mi botiquín: esculco, separo (está bien limpia, es señal de calidad,) troceo, pico, enrolo un par de puros medium en medio minuto. Urizen no ha venido a perder el tiempo. El zacate arde ya aprisonado entre sus dedos, labios y llama. Hablamos en inglés consideración al inepto que tiene años de vivir aquí y no aprende español. Hasta el momento no ha dado señal de no ser otro tachón en la lista de la humanidad creativa. Hemos hablado paja y más paja, el spliff brinca de boca en boca y la cerveza fluye como lo haría en mi cielo si lo hubiera. Ella aparece de nuevo en mi mente, su recuerdo ha regresado en lo últimos días con cierta rudeza revanchista. Esto que hago es un paso que no tiene retorno. La magia ocurre, entre más gente fuma de un puro más alcanza para todos. Inmolamos apenas uno y los tres viajamos alto. Se inicia una conversación en la que el hilo se pierde entre carcajadas y a cada rato, verborreamos en una lengua que no es la mía, encuentro lo distinto y lo semejante que es el gringo a mí. Es fascinante que pueda existir alguien que sea la vez diferente pero de alguna manera parecido, hay ciertas cosas que parecen ser inherentes. Haber practicado el hunting y el snowboarding, estado en la cárcel, asistir al high school o sea al sit com, haber producido y vendido crack y conocer de primera mano sustancias a las cuales yo no me arrimaría; no parecen ser experiencias comunes al resto de la humanidad, tampoco como tener un tata jubilado que vive con uno el mismo país del extranjero, se ha planchado la cara y sale con chavalas con edad para ser novias mocosas de uno. Pero algo vislumbré, algo común, como el mismo vértigo de existir, la vida parece ser una cabeza de agua en todo lado y ya no veo a Johnny como un gringo sino como un ser humano y de hecho, como repetimos todos antes de irnos Urizen y yo, que este periplo debe suceder de nuevo, lo creo verdaderamente y no lo preveo como algo aburrido.
Nos sacudimos la modorra como perros mojados e iniciamos el largo viaje de regreso en medio de las profundidades de este mar de aceite. No se aparecen por dicha los temidos escualos de rojo y azul. Nos vamos por un combazo en la Muerta de Hambre, que Dios tenga en Su Gloria. Mientras como, pienso este post y sobre la conveniencia de quitarme tanto el calzón; me atengo la comprensión de mi amable Auditorio, aunque brinque, parafraseando a la Maga. Siempre hay tiempo para un par de hits más y unas breves palabras con mi hermano del alma.
—Nos hablamos, viejazo. —
Encuentro una menuda sorpresa en el correo. Sí, sí lo es y sí lo entiendo. El camino ante mí se ha despejado de brumas. He decidido. Una vez más haré lo correcto y ojalá existiera un Malek Taus a quien encomendarle que me librara de mi conciencia.
Y escribo este post. Con Marley y el Kronos Quartet. Todavía high. Debe tener más errores morfo-sintácticortográficos que de costumbre. Mañana me levantaré a duras penas y llegaré tarde a mis estimulantes once horas de trabajo.
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