Éramos un pedazo de cielo que caía,
envueltos en blancas llamaradas;
siempre amantes
y nunca amigos,
unidos por las pequeñas muertes
que nos dimos mutuamente, siempre.
Nos estrellamos
y fuimos desmenuzados
por nuestras propias manos,
por nuestros propios dientes.
Después fuimos una montaña que ardía,
¡qué hermosa se veía en la noche!
Y de ese lugar devastado salí arrastrándome,
penosamente
y de vos no he sabido más.
Soy como el guerrero que vuelve
luego de una larga ausencia,
cansado, callado
y carcomido por una ruina secreta
y mientras pienso
que buscar morir es no buscar nada,
me digo a mí mismo,
mientras miro sin mirar
los largos aguaceros:
"Te amé como amo a la noche,
porque tengo que amarla
tuve que amarte y punto.
Lo demás, es silencio."
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