Vos sabés que me gusta. No sé cómo, pero sabés. Me estás volviendo loco también, eso también lo sabés. Tal vez me has pescado mirando oblicuamente a los pies de otra o las tuyos propios y te has dado cuenta. Quizá no tengás el más mínimo interés en mí, pero disfrutás esto, el causar esta clase de turbación. ¿Ves? Te quitás la sandalia. Eso es cruel. Todo bien mientras no extendás tus deditos, ¡ay! Tenías que hacerlo. Mirás por la ventana y a la pantalla de la compu alternativamente, disimulás bien. Eso, ponétela otra vez. ¿Qué? Subís la pierna sobre el descansabrazos de la silla. Tu bellísimo pie enfundado en esa delicada y algo sucia sandalia blanca está ante mí en un primerísimo plano. Lo vas a dejar ahí, ¿verdad? ¡Qué dulce paroxismo sería caer de hinojos ante él y besarlo suavemente, chupar cada uno de tus deditos con fruición, morderte el talón de soslayo! ¿Cómo hacer, cómo hacer? Cómo hacer para que el aliento no me reviente los dientes, para mantenerme sentado y seguir pretendiendo que soy una persona normal.
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