miércoles, 7 de septiembre de 2005

Victoria

Hoy me siento vacío. Vacío de odio, vacío de amor; como una botella de licor largamente degustada durante una noche de insomnio forzado.

He comprado un libro que no puedo leer, que no debo leer: Házme un voto de castidad que yo me he de acostar con todas las perras que pueda.

La música, que es puramente forma, inspira en los taxidermistas toda clase de pensamientos profundos. Muchos se terminan embalsamando a sí mismos.

Corre, ángel de una sola ala, los restos de tus hermanos cuelgan de los estandartes, despojados de toda dignidad. Aún hay tiempo de comer.

La bella y tímida japonesa, aún llevando puesto su uniforme de colegio, fue desflorada rápidamente a la sombra de un árbol, sin más ceremonia que la levantada de enagua. Al volver a casa, ayudó con la cena y se cortó con un cuchillo mientras picaba vegetales. No sintió dolor.

La montaña los devoró ávidamente y escupió pulidos huesos. El que los encontró los conservó en miel: los mejores cazadores no mueren, desaparecen.

Pronto hizo demasiado calor y el aire más parecía arena caldeada. Las llamas se reflejaban en los escudos y espadas manchadas. La sed nos atormentaba, tratamos de apagarla bebiendo la sangre de los muertos.

La libélula decidió no vivir más. Se arrojó contra la telaraña. Mientras la araña la devoraba, fingió luchar, por pura formalidad, luchando con contener un placer orgásmico.

"Este momento es mío," pensé triunfal. El reloj dio la hora dando campanadas y yo me derrumbé como una forma de arena pateada por un pie artero.

Yo, el alimento de los zopilotes, caí a la pradera de los pargos, abatido por el escupitajo de plomo. Siempre supe que me querías.

Hundida en el barro, rezó con apasionado fervor al dios al que ningún ser había rezado antes. El dios la oyó e hizo como si no la hubiera oído.

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