lunes, 26 de septiembre de 2005

Tetsujin Sakai Hiroyuki

Siempre he sido enemigo del milenarismo. El primer libro de la biblia que me leí fue el Apocalipsis, siendo un niño. Dos impresiones me causó: una, diversión, ya que es sumamente vistoso y entretenido; la otra fue la certidumbre de la enorme injusticia que significaría un juicio final. De ahí mi rechazo hacia las ideas fatalistas sobre el final de la humanidad. Recuerdo el fin del milenio, con los cantos de unos y el pánico de otros sobre la catástrofe inminente; recuerdo el infame Y2K, que terminó siendo una excusa barata para las ventas de las compañías de software.

Por otro lado, todo lo que empieza acaba. En la larga historia biológica del planeta, no ha habido una especie que se haya perpetuado a través de todos esos milenios (con excepción de ciertas formas de vida microscópicas a las cuales también les llegará su hora.) Existe un ciclo vital que se extiende desde el individuo hasta la especie: nacimiento, desarrollo, decaimiento, muerte. Es inevitable. Llegará un momento en que la humanidad alcanzará una cima existencial desde después de un tiempo, se precipitará hacia su extinción. Sin embargo, no creo que estemos, ni de lejos, cerca de tal cumbre (incluso, tengo fe en el potencial humano para salirse de tal ciclo.) No puedo evitar ironizar cuando oigo a algún nostálgico declamando que antes se vivía mejor, cuando de hecho, se vivía peor. Y bueno, al menos es innegable que dentro de unos miles de años la vida en la Tierra cesará cuando el sol consuma su combustible y se convierta en supernova.

Yo siempre me estoy preguntando cosas, siempre tengo interrogantes en la cabeza y a decir verdad, si hay un cielo, para mí sería uno en el que no existan ni la duda ni la incertidumbre. Estas reflexiones las he tenido en estos últimos días, pensando al respecto de mi falta de compasión hacia la abrumadora mayoría de mis congéneres, acerca de mi egoísmo y sobre estas ganas que se me han despertado últimamente de irme de aquí. De esto último, debo confesar que siempe he tenido esa sensación de que yo, eventualmente, he de ir a ver el mundo. No sé cómo haré, dada mi falta de recursos. Pero en esta ocasión, la sensación es diferente: es la de irme para nunca volver, que nace de mi fatalismo: veo el futuro y veo venir una crisis energética-económica no muy agradable y presiento que no será bueno atajarla aquí en este vergel bello de aromas y flores. ¿Dónde entonces? Buena pregunta.

Ah, y me he dado cuenta de que escribo aquí porque nadie me obliga.

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