Eras mi colmillo de nácar.
Yo era
tu dado arreglado.
Mira,
el estruendo de acritud,
el viaje a la semilla,
los Nueve Firmamentos.
Sentí,
la marca en mi mano,
el grito del nonato,
el delirio que mata
y que vos repartías.
Todo, Maya,
llevaba tu nombre.
Maya...
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