viernes, 16 de septiembre de 2005

Habla Thomas Edward

Tuve dos amos.
A uno me ataba un compromiso,
al otro, la lealtad.
En el primero me críe
y de él aprendí
luminosos discursos,
el doblez y el dolo;
el segundo cuidó mi sueño y mi enfermedad,
me sentó a su lado en su mesa
y escuchó mis palabras;
juntos recorrimos y asolamos
una tierra en la que aún había noches
de estrellas ignotas y hogueras
y aún corría el aliento del demiurgo.

Siempre supe lo que hacía.

Previsiblemente,
serví bien al primero
y traicioné al otro,
al que me respetaba
y aclamaba mi nombre.
Quise no hacerlo,
le hablé al oído,
esperando que entendiera
lo que yo no podía decirle
y viera con sus ojos la verdad,
pero no pude evitar lo que pasó.

Lo abandoné
y arrojé de mí con asco
el nombre que me dió mi primer amo
porque era el nombre de un traidor.
Seguí bajo sus alas,
con otros rostros
y busqué las armas con el pecho descubierto,
con una intención que los demás confundían con valor.
Al fin logré morir,
lo llamaron un accidente,
yo sé bien lo que fue:
buscaba el viento y la arena,
la noche enorme de fogatas y estrellas ignotas.


"Una mujer vieja me interrogó acerca de mis horribles ojos azules que parecían, me dijo, como si el cielo apareciera brillando a través de las cuencas vacías de una calavera."

Lawrence de Arabia

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