Soy un firme defensor de la piratería. Gracias a ella, hace unos cuantos años pude jugar todos los juegos de Playstation que me dio la gana; en este momento ya casi tengo todas las canciones que me gustan sin haber hecho la tremenda inversión que hubiera implicado acumular toda esa música sin la ayuda del mp3; también, pude ver Constantine sin haber tenido que desperdiciar la plata en el cine o el video.
Los que se oponen a ella, los grandes consorcios informáticos, musicales y cinematográficos enarbolan una serie de razones. Encabezando la lista están dos cosas que nunca le han importado mucho a quienes viven del quehacer de los artistas: la dignidad y el sustento de los mismos. Obviamente, lo que temen es su pérdida económica y de control. La piratería es la venganza de los consumidores por años de abusos, es un grito de libertad, un nuevo mundo donde podremos escoger lo que queremos disfrutar sin que nadie lo decida por nosotros y sin tener que vender un riñón para comprar un libro, unas canciones o nuestra película favorita.
¿Y los creadores del arte? Pues creo que la piratería es lo mejor que le podía haber pasado a los verdaderos artistas y lo peor para esos payasos que son pura pose y lujuria de dólares (me asqueó ver a gente como Metallica en esos trotes, por eso ahora los aborrezco.) Es inevitable: pronto el arte será gratis y lo harán sólo los artistas verdaderos, los que lo hacen de corazón y no para vivir de ello sino porque no pueden hacer otra cosa, a los que no les importa que si su obra, es plagiada, otro se la adjudica o es exhibida sin su permiso, sino si otros la disfrutan, si les llega, si los lleva a reflexionar.
Siempre habrá arte bueno y malo; buenos y malos artistas, pero todos estarán a nuestro alcance, gracias a los piratas y a esta Biblioteca de Babel.
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