No era tan fácil como pensé. Más bien, es más difícil de lo que creí. Se sueña un trazo, se anhela un destino. Se da un primer paso, tal vez en falso. De inmediato surgen obstáculos amenazantes, se revela cada vez más la inviabilidad de las cosas. La mediocridad y el abandono son cargas que crecen con el tiempo, que gradualmente aplastan al que las comete. Se cae de cuclillas, se agarra el polvo con las manos. ¿Es éste el camino? ¿Hay uno?
Levántese y mírese en el espejo. Pregúntese: ¿qué hago aquí? ¿Qué significa mi vida? ¿Qué he traído a este mundo, alegría o miseria? ¿Vale la pena que siga vivo? ¿Por qué no me mato? Si muero, ¿seré recordado durante cincuenta años? ¿Veinte? ¿Menos?
Siempre se puede rogar. Podés llamarla y pedirle, desafiante y suplicante a la vez: Sí, vení y matame. Yo te dejo. Yo me arrodillaré y te volveré la espalda y vos me podrás volar los sesos sin verme la cara. Te reto a que lo hagás. ¿Creés que sería un castigo? Me estarías haciendo un favor más bien, estarías haciendo lo que mis manos indecentes no se atreven a hacer.
(He lanzado la flecha. Ahora cuelgo el arco de un clavo y me voy a beber licor con mis amigos, hasta extraviarme los sentidos. No correré tras la flecha, que vaya donde le dé la gana.)
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