Se tiene un diseño bonito, un nombre falso y rimbombante, se escogen las palabritas para que suenen interesantes y profundas y uno se sienta y abre el buche y descarga lo que quiere descargar. Se habla de cualquier cosa, con libertad absoluta, se muestran viejas pieles y fotos polaroid de los diablos de turno, se narran hechos deformados a conveniencia, se crea una imagen demasiado falsa o demasiado real, se puede ser aburridamente sincero o dar rienda suelta a las más locas fantasías acerca de la propia identidad. Es como una torre de marfil de la que se arrojan desperdicios y aparatos inútiles, valorados de manera relativa. Un ejercicio deliberado y premeditado con conocimiento de causa la mayoría de las veces. Ser ignorante, ser ignorado: dos grandes temores. Se esperan con ansia los ojos ajenos, las palabras sobre las palabras, que serán recibidas con más palabras. Tal vez, dependencia, y los castillos de bytes llegan a ser más importantes que la carne y el espíritu.
Afuera, las bocas sangran de hambre y miseria, llamándolo a uno y uno va y se sienta y escribe sobre las última fiesta, comete textos fútiles, emite juicios indiscriminadamente. Un millón de usos para la plata y el tiempo y se escoge uno inútil a nivel práctico. Encerrado en su burbuja, el cínico usa su sangre para escribir sobre su piel miles de palabras acerca de la descripción de una aceituna que cae en una copa de perfume.
Dixit.
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