Vivo en una cabaña al borde de un risco con una profunda poza en el fondo. He estado ahí, pero es un recuerdo que apenas dura mientras es recordado de soslayo. Y un día de pronto salgo de la cabaña, la cabaña confortable que he armado a lo largo de los años y me arrojo desde el risco y caigo en la poza de aguas oscuras y vitales, pobladas de rostros y extraños ligámenes entre ellos, extraños como los de todo el mundo. Veo antiguos rostros y descubro antiguos rencores enterrados, pero vivos en la complicada urdimbre que me une a todos los que llevan mi misma sangre y cuentan la misma historia de maneras tan diferentes que suena como otra historia. Es tal la complejidad de los hilos de palabras y sentimientos como vasijas rotas que nadie puede decir esto es así o asá. Un gran conglomerado de hilos de miel y hiel que nos une a todos en una historia que abarca generaciones y y no llegará muy largo, tal vez seguirá como una leve noción, más nunca un recuerdo, así como las leves nociones de los antepasados que apenas se nos insinúan en las oscuras noches en que la sangre le habla a uno. Y dejo la poza, subo el risco y vuelvo a la cómoda cabaña y sólo sucesos extraordianarios de amor y muerte provocarán una nueva salida, un nuevo salto. Los hilos nunca podrán ser definidos o explorados, solamente se puede nadar a través de ellos.
¡Ay, come de mí, come de mi carne!
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