domingo, 21 de agosto de 2005

La canción de las campanitas

María: Lo que tenés es un corazón repleto de odio y has llegado a un punto en que todo lo ves mal y no ves más que odio a tu alrededor, has abandonado toda esperanza y ahora te vas como haciéndome un favor. Claro, para volver la siguiente vez que ya no aguantés las ganas, a tocarme la puerta como un testigo de jehová, a llenarme los oídos con palabras, porque eso sí tenés: palabras, estás vacío de acciones y repleto de palabras y ahí sí sos peligroso, cualquiera que te oiga acaba comprado por esos discursos melosos y acaba en la cama con vos.

José: ¿Y qué podías esperar? Te hacés desear eternamente, en una perpetua frustración del deseo, tuyo y mío; por mí te haría el amor todos los días y tengo que aguantar, lo ves como un sacrificio lógico, como todo sacrificio cometido por otros. Es muy fácil que yo me siente en el brasero y vos verme, ¿cuándo te has sentado en él? Nunca, ¿cuándo te he dicho que no? Ni en eso ni en nada, siempre te digo que sí a todo y ni eso es suficiente, te lo he dado todo hasta quedar yo vacío. Te negás a ver la realidad y sólo querés apuntar con el dedo y disparar juicios a diestra y siniestra, y los culpables siempre son los demás y no te das cuenta: vos sos la que se ha labrado su camino y éste te ha llevado a donde estás, sola y rumiando cóleras y tristezas y yo alejado, viéndote de lejos como un gato que querés perder.

Jesús: (Entra y los ve.) ¡Cuán impotentes e inútiles resultan los seres humanos para luchar con sombras! ¿Cómo intimidar, persuadir, resistir, afirmarse contra ellas perdiendo toda creencia en realidades? ¡Ahora de rodillas!

(Y Jesús los azota sin piedad hasta que ambos pierden el sentido. Luego aprovecha y abusa sexualmente de ambos. Mutis a la izquierda y juega naipes.)

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