lunes, 28 de noviembre de 2005

La muerte del Quinto Jinete

Todo lo que tiene un principio tiene un final.
Este es el final.
Fue bueno mientras duró.

Si es oportuno,
algún día daré una explicación
mas ese día no es hoy.



El Quinto Jinete

domingo, 27 de noviembre de 2005

¡Última noticia! Urizen retorna a las verdes canchas

En medio del ajetreo del brete, resuena silenciado el tema de Charlot en mi celular, anunciando una llamada del celebrado Urizen:

—Mae, ¿está en el brete? Ok. Vea, ¿qué, consiguió? Sí, estoy hablando de la ganja. Avíseme. Yo lo llamo ahora.—

Salgo. Es tan raro andar en la calle una tarde de sábado, que al salir de la cárcel no puedo evitar hacer un amplio gesto de triunfo con los brazos. Camino triunfal por un barrio de ricos como César entró en Roma luego de cruzar el Rubicón. Alea iacta est. Llego a la casa, reviso el blog, reviso los comentarios; decido esperar a que haya más para empezar a contestarlos. Doy vuelta por los otros blogs, chequeo si hay respuesta a mis comentarios. Me entretengo con el multitudinario cuestonario que contestó la Maga. Me vendo las manos para boxear, he estado demasiado perezoso, como un oso presto a invernar. Sin darme cuenta me iba resbalando lentamente hacia la izquierda, hacia mi camastro que me recibe tierno como un anciano padre. Duermo un par de horas, me despierta la llamada oportuna de Freya. Conversamos, yo detrás de los velos del sueño. Me molesta que no boxié. Tengo que procurarme las viandas de mañana. Estoy pero quebrado: cuatro rojos hasta el jueves que pagan otro sueldo de los que me caen a la billertera y de inmediato dan el brinco al vacío. Ya agoté los prestámos de mis padres, mis pocas amistades me significan aún menores posibilidades de préstamos. El dilema de siempre: se tiene tiempo sin plata o plata sin tiempo. Decidí ampararme al hecho de que tal vez yo estoy equivocado y al Mateo 6:26. Compro comida, algo que se puede extender por varios días pero dentro de la rígida distribución del presupuesto. Llego a la casa, tengo que lavar, ya no tengo ropa interior limpia y cocinar. Resuena Charlot y su danza. Urizen:

—¿Entonces, qué? ¿Nada? ¿Cuánto? Está bien yo se los presto, que de por sí ando de garrotero esta quincena. Yo puedo conseguir, pero hay que ir con un compa hasta Villa Colón. Pero es seguro el negocio. ¿Suena? OK. Déjese venir. ¿No tiene para el taxi? Bueno, aquí lo aguanto, me llama cuando llega.—

Vuelve a las canchas porque ya consiguió otro brete y no le piden miaos. Me semimudo. Me pongo mis tenis más viejas. Buenos recuerdos, viejas compañeras. Cruzo San José con un par de contratiempos y un par de llamadas más. Foneo, camino, Urizen sale al encuentro y nos saludamos con un ritual que tiene por lo menos diez años; hoy estamos arrasando con la nostalgia. Conversamos, lo pongo al tanto de mis desventuras emocionales y de mi satisfacción por la identificación de lastres psicológicos y una próxima confrontación con mi progenitora. Me narra sus cuitas, que son básicamente que las cosas se terminaron con su exigente ex-novia por no cumplir él fulmente con el patrón social de éxito. Pobre de ella. Filosofamos; hemos rodado ya algunos años y empezamos a vislumbrar cómo es la vara. Trazamos el futuro sentimental de ambos a todos los plazos. Volvemos a la yerba. Me informa el plan, no sin desilusionarme, ya que resulta que el de la vuelta es un gringo. Yo convencido de su futilidad (gringo leáse WASP, Ila) veo nublarse el horizonte. Empiezan los ires y venires, Mr. Johnny Smith, como todo gringo, está trastornado. Nos envuelve en una trama de verborrea con acento de Colorado y no sé por qué ligeramente inglés de UK. Se le mete ir a un night club. Arrugo la cara, porque no hay nada peor que depender de un gringo que lo ve a uno como a una niñera. Sólo había ido una vez a un night club, por la falta de interés: ¿para qué meterse a una tienda de brillantes caramelos si no se puede comer ninguno? Nos sentamos, el asunto de la yerba se vuelve crecientemente confuso, parece que ya se compró, costó milqui y es un pellizco de cajeta. Bebemos una cerveza, Johnny Smith deambula por el lugar y Urizen y yo discutimos diferentes opciones. Yo ando con ánimo de ser asertivo de una manera ruda, el otro planea una verónica. Mientras, vemos tetas infladas, nalgas con ronchas, vaginas extrañamente familiares. A un lado del escenario, un tipo duerme apaciblemente, se nota que no es la primera vez que viene. Aquí todo es como las luces de navidad y los aromatizantes de ciprés para carro: se ven bonito y brillante pero detrás no hay más que vacío. Hay más gringos que ticos, gringos que aquí se ríen con las dominicanas entre las piernas pero tienen que apartarse el revólver de la sien cada vez que se van a dormir. Pienso un poema, lo postearé más tarde si no se me olvida. Hay una increíblemente guapa. Para mí el estar aquí es como comer abundantemente lo que no nos place mucho. Decidimos seguir con el Johnny. Salimos, recogemos el carro de él, Urizen y yo fracasamos en el intento de apoderarnos de la yerba, compramos birra y yo una bolsa de platanitos. Volamos a Ciudad Colón, yo odiaría vivir aquí tan largo. Soy citadino recalcitrante. Llegamos, nos acomodamos, me apropio de la ceremonia y utilizo mi botiquín: esculco, separo (está bien limpia, es señal de calidad,) troceo, pico, enrolo un par de puros medium en medio minuto. Urizen no ha venido a perder el tiempo. El zacate arde ya aprisonado entre sus dedos, labios y llama. Hablamos en inglés consideración al inepto que tiene años de vivir aquí y no aprende español. Hasta el momento no ha dado señal de no ser otro tachón en la lista de la humanidad creativa. Hemos hablado paja y más paja, el spliff brinca de boca en boca y la cerveza fluye como lo haría en mi cielo si lo hubiera. Ella aparece de nuevo en mi mente, su recuerdo ha regresado en lo últimos días con cierta rudeza revanchista. Esto que hago es un paso que no tiene retorno. La magia ocurre, entre más gente fuma de un puro más alcanza para todos. Inmolamos apenas uno y los tres viajamos alto. Se inicia una conversación en la que el hilo se pierde entre carcajadas y a cada rato, verborreamos en una lengua que no es la mía, encuentro lo distinto y lo semejante que es el gringo a mí. Es fascinante que pueda existir alguien que sea la vez diferente pero de alguna manera parecido, hay ciertas cosas que parecen ser inherentes. Haber practicado el hunting y el snowboarding, estado en la cárcel, asistir al high school o sea al sit com, haber producido y vendido crack y conocer de primera mano sustancias a las cuales yo no me arrimaría; no parecen ser experiencias comunes al resto de la humanidad, tampoco como tener un tata jubilado que vive con uno el mismo país del extranjero, se ha planchado la cara y sale con chavalas con edad para ser novias mocosas de uno. Pero algo vislumbré, algo común, como el mismo vértigo de existir, la vida parece ser una cabeza de agua en todo lado y ya no veo a Johnny como un gringo sino como un ser humano y de hecho, como repetimos todos antes de irnos Urizen y yo, que este periplo debe suceder de nuevo, lo creo verdaderamente y no lo preveo como algo aburrido.

Nos sacudimos la modorra como perros mojados e iniciamos el largo viaje de regreso en medio de las profundidades de este mar de aceite. No se aparecen por dicha los temidos escualos de rojo y azul. Nos vamos por un combazo en la Muerta de Hambre, que Dios tenga en Su Gloria. Mientras como, pienso este post y sobre la conveniencia de quitarme tanto el calzón; me atengo la comprensión de mi amable Auditorio, aunque brinque, parafraseando a la Maga. Siempre hay tiempo para un par de hits más y unas breves palabras con mi hermano del alma.

—Nos hablamos, viejazo. —

Encuentro una menuda sorpresa en el correo. Sí, sí lo es y sí lo entiendo. El camino ante mí se ha despejado de brumas. He decidido. Una vez más haré lo correcto y ojalá existiera un Malek Taus a quien encomendarle que me librara de mi conciencia.

Y escribo este post. Con Marley y el Kronos Quartet. Todavía high. Debe tener más errores morfo-sintácticortográficos que de costumbre. Mañana me levantaré a duras penas y llegaré tarde a mis estimulantes once horas de trabajo.

Su horóscopo de hoy

Los celos son una pasión que nunca puede ser satisfecha.

Salomé

Baila Salomé,te ofrezco,
tal vez no en bandeja,
mi cabeza;
tampoco de plata la bala que me atraviesa los sesos,
ni que fuera un werewolf,
con plomo basta.

Te huelo
y es una bocanada de frescura
que se diluye demasiado rápido;
de tanto ver hasta se pierde el deseo,
se necesita ir más lejos cada vez
y mi sucio cuerpo ya no da.

Podrías hablar de amor durante horas,
nadie más experto,
qué podría decir yo
(has vuelto a ver a aquél, que parece disfrazado de pirata)
pienso: qué alegría podría brotar de aquí?
el aire cargado de humo
un deseo lánguido
vasos de desesperanza
sonará a lugar común
de cinta de detectives,
pero es así,
al menos hoy y ahora.

Baila,
Salomé,
te unto limón en el pubis,
espolvoreo sal encima,
el tequila baja ardiendo,
la lengua me trae un conato
de lo que es un momento,
baila, Salomé,
no me pidas mi cabeza,
no me pidas mi cabeza,
no me pidas mi cabeza.

sábado, 26 de noviembre de 2005

La maldición de Casandra

Siempre les digo lo que va a suceder,
detalle a detalle,
calmadamente.

Nunca me creen,
es como si no me escucharan.

Revuelvo en mi boca
el escupitajo de Febo,
escupo al piso
pero nada cambia.

Siempre les digo lo que va a suceder,
detalle a detalle,
calmadamente.

Orestes, éste es Neoptólemo. Neoptólemo, Orestes

A uno no le quitan nada.
Uno lo pierde.

Conclusión pseudobudista

Hay muchas maneras de ser miserable
y sólo una de ser verdaderamente feliz.

Advertencia robada

En el sexo, como en el quehacer científico, demasiada preocupación por la técnica conduce a la impotencia.

Verde que te quiero verde

Verde que te quiero fumar,
verde que te quiero coger;
fúmame, verde,
cógeme.

viernes, 25 de noviembre de 2005

Ye olde Shakespeare

(XXII)

(...) Presume not on thy heart when mine is slain;
Thou gav'st me mine, not to give back again.

(XL)

Take all my loves, my love, yea, take them all;
What hast thou then more than thou hadst before?
No love, my love, than thou mayst true love call;
All mine was thine before thou hadst this more. (...)

(XLIII)

(...) All days are night to see till I see thee,
And night bright days, when dreams do show thee.

(LXXI)

(...) Nay, if you read this line, remember not
the hand that writ it; for I love you so,
that in your sweet thoughts would be forgot,
If thinking on me then should make you woe. (...)

La tristeza del rey elfo

El salón principal del palacio está excavado en el propio cerro y es de una altura imposible. Las columnas de piedra, cubiertas con caracteres cincelados por expertas manos y que narran la historia del pueblo de los elfos, se elevan como quietos gigantes sumidos en silencio. En cadenas de plata que cuelgan largamente del techo hay incrustrados cristales que bañan el lugar con una tenue y azulada luz. Al fondo del salón se alza el enorme Árbol Blanco, que emana su propia iridiscencia y cuya vida está ligada a la permanencia de la estirpe de los elfos en esta tierra. Atrás del árbol, a los lados y saliendo directamente de la pared de roca, nacen los dos manantiales de agua helada y pura que convierten en una isla el ancho pedestal de donde se alza el tronco y recorren el salón en dos corrientes paralelas de suave murmullo hasta la salida del salón, la salida del palacio y se adentran en el Bosque Negro. Bajo la lechosa luz de la sombra del árbol, está el trono de piedra donde se sentó el primero de los monarcas elfos: sobre él, recogido en hondos pensamientos, está el Rey.

El Rey está enfermo, enfermo de muerte y no lo sabe aunque lo sospecha. Es alto y largo como la agonía del anhelo, de largos miembros y cabello platinado, pálido como un fantasma, de rasgos escrupulosamente inexpresivos y ojos vagamente azules; viste una delgada armadura negra y una amplia capa blanca. Sus manos se cruzan juntas sobre el mango de la Tiznada, la oscura y milenaria espada, invicta en mil batallas, que han empuñado todos sus antepasados reyes desde el primero. La espada desnuda se apoya como un bastón frente a él y la mirada del Rey se pierde en la amplitud de su soledad.

La Reina ya no estaba. La Reina se había ido y ya no volvería. El Rey tenía el amor por ella clavado como una lanza en el costado, el amor terriblemente hondo e intenso y recordó la lejana época cuando ella estaba a su lado y el mundo parecía otro, era un eterno juego entre las sábanas de blanca seda, una eterna caminata por la montaña fresca. Pero ella ya no estaba. El Rey se sentía muerto, probaba el vino, comía jugosos manjares, dormía en un lecho suave, tenía el respeto y cariño de su pueblo y aún así se sentía muerto. Al principio había perseguido a sus angelicales sirvientes, las había agotado con urgencias de medianoche, para luego mirar el distante techo, preguntándose qué hacer para acabar con ese terrible vacío y ahora sólo podía languidecer a la sombra del suavemente luminosos Árbol Blanco.

El Rey había oído hablar de algo que hacían los hombres. Ellos, de acuerdo a las historias, cuando los embargaba la tristeza, hacían algo que llamaban llorar y sus ojos vertían líquido. El Rey, en una lejana batalla, recordó haber observado a un rey de los hombres que al ver a su hijo muerto, se arrodilló junto al cadáver y bajó el rostro por unos momentos; cuando lo alzó, en sus mejillas habían un par de gotas de agua. Supuestamente el llorar hacía que la tristeza se fuera, la liberaba dulcemente como un animal que ha estado herido es devuelto a la montaña. Pero los elfos, que ni siquiera tienen palabras para la compasión y la misericordia, no hacían tales cosas. El Rey deseó poder hacerlo, deseó ardientemente poder hacerlo, poder arrojar de sus ojos caudalosos ríos y que éstos llegaran hasta el lejano y gris mar y así poder quitarse el peso muerto de su tristeza, el peso que lo aplastaba y que lo mataba, poco a poco, día a día.

Los ojos del corazón

Todos deseamos poder. Unos desean el poder de la seducción, otros el carisma de dirigir multitudes, otros anhelan el estatus del dinero y su capacidad de darles las cosas que quieren. Yo aspiro al poder más grande de todos: llegar a dominar mi propio corazón. Nada más.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Te has de llamar Freya

Ya,
mi querida Freya,
deja ir la ponzoña de los celos,
que yo no he de ir
donde tú temes.

Estoy aquí,
con la cadena
que hemos hecho,
eslabón por eslabón.

¿La ves alrededor de mi brazo?

Sous le SOLEil de Satan

Había oído hablar
de un patio suicida,
un lugar de altísimas paredes
donde llevan todas las ciegas escaleras
y desembocan todas las arteras puertas.

De profundo azul
como los abismos del mar,
en sus altos muros
hay un tapiz de extrañas criaturas,
devoradoras de brillos y oropeles,
que se ocupan en ser miserables.
Se oye llover
y la lluvia no cae,
del sol sólo entra su sombra,
sus formas monstruosas
me hacen pensar
en su atroz armador y dueño.

Hoy lo visito,
me paro en el filo
del silencio (de lejanos murmullos)
que me invita.
Sí, se necesita un contraste;
lo que hace falta,
allá en el fondo de rocas musgosas
es un gran manchón rojo.

TLC

Si la Cámara de Comercio de Tiquicia y la gente de plata elogian el TLC, es un signo inequívoco de que no nos conviene al resto de los ticos. Los ricos nunca apoyan nada que no los vaya a beneficiar y lo que beneficia a los millonarios generalmente perjudica a los pobres. La riqueza es una, constante: no crece ni disminuye, sino que se reparte mal.Pero lamentablemente será aprobado. ¿Quién le dice que no al Tío Sam? Quien lo hace, es aplastado por él. Por lo tanto, estamos en una encrucijada en que las dos opciones son indeseables.

miércoles, 23 de noviembre de 2005

Saladino

Estoy plantado con mis dos pies sobre el suelo y cada kilo de mi cuerpo quiere expandirse y poseer el universo. Escojo el licor más amargo, la mujer más cruel y la vida más ardua. No he venido a pasear, vine a escupir, a hundir mi puño en la tierra y cavar un profundo surco como las arrugas en la cara de una anciana bruja, a moler huesos y gritarles en la cara, hasta dejarlos sordos y ya no me quede ni un rastro de voz. Lo que más me incomoda de la pureza es la prisa y mi muerte no será notada: los mejores cazadores no fallecen, desaparecen.

Himno al ángel de una sola ala

Él sabía que era diferente,
surcaba los cielos
con una única ala,
un ángel de poder
y venganza.

Pronto se odió a sí mismo
y pronto odiaba todas las cosas,
como una larva voraz
salió de su cascarón:
su única ala de plumas feroces,
su piel de sombra
y sus ojos helados
fueron vistos en la tierra
por primera y única vez.

Bajó del cielo y con él
negros remolinos,
la tierra se partió
como un terrón entre sus manos
y no hubo más que muerte,
el fin pasó tan rápidamente
que apenas fue notado.

El resto del planeta
es un barco que recorre el universo.
Él duerme ahora un intranquilo y breve sueño,
pronto estos escombros llegarán a su puerto.

Confidencia paternal

Hoy, hablando con mi padre, me contó que cuando va a la finca de mi familia paterna a hacer trabajos como sembrar árboles y recoger frutas, él continúa hablando con su padre, mi abuelo. Dice que le cuenta cómo van las cosas y le pide consejos; de esta forma, me reveló, su padre sigue presente en su vida. Me imagino que no es que charla con él (aunque habla solo, como todos en la familia) sino que dentro del monólogo de su interior, él puede sentir la voz de mi abuelo ahí. No pude evitar pensar en el futuro ojalá lejano y me alegré porque me di cuenta de que mi viejo nunca me dejará del todo.

(Terminé este post llorando como la Magdalena. Nadie me tiene escribiéndolo justo cuando sonaba Air Supply.)

martes, 22 de noviembre de 2005

Yo soy el golem

Soy un montón de barro
que quiso ser un hombre.
Las palabras me dieron la vida,
las palabras me la quitarán.

Vano

La aceituna. La copa. El perfume.

La copa de cristal cortado, de amplia base, largo tallo y el cono invertido como una flor a medio abrir. El cristal es tan claro que parece que fuera aire, aire colado y cayendo sumamente despacio, chorreando, resbalando en la infinita divisibilidad del tiempo y sus instantes. Tomarla será como tomar el aire, como tomarla a ella.

La luz de la lámpara es tan amarillenta.

Es su perfume. El que ella dejó de usar a los pocos meses pero que me quedó estampado como un sello en el oscuro rincón mental donde se guardan los olores como lanzadas en un costado. Mi corazón se vuelca cuando percibo este perfume en la calle, usado por una insospechada congénere de ella, ella la infinita e indistinguible. La copa rebosa de perfume y es como un pequeño mar en calma, de color ámbar. El cuarto rebosa de ella, es como meter la cabeza en el pequeño mar y respirar esa agua con sabor a lágrima y es como si ella estuviera aquí sin estar, como tenerla aquí pero no poderla definir o explicar, apenas inferirla de alguna fuerte manera.

Yo ya antes he estado muerto.

Una aceituna. Dura, amarga y salada, como ella. La piel es suave y firme, me hace recordar. Podría morderla y sería una explosión en mi boca, con sabor a lágrima: esa amargura, esa salazón en mi boca, como un recuerdo evadido, como una promesa fracturada. Pero no, no la morderé, más bien la contemplo en su redondez de nalga, extrañamente excitado.

Hoy sólo es un día perfecto.

La dejo caer, el perfume se abre a su peso y forma una corona alrededor del choque, diminutas olas se forman y derraman el perfume en la mesa de caoba. Fue como un grito en silencio. El pequeño mar pierde la calma y la aceituna se hunde, ya no es verde, es como de color ámbar y parece que flota en un cono invertido de perfume, porque la copa parece desaparecer en el aire, desahacerse, volverse viento; es una con el aire, la luz tenue de la lámpara parece crear tal ilusión. La aceituna se encamina al fondo, cae con lentitud, una caída sostenida y predecible. Mis ojos enrojecidos, de vasos reventados, miran las parábolas y bucles que describe la aceituna en su caída; su caída es una burla, el soliloquio de un tonto enajenado que babea al hablar. Toca fondo y produce una leve vibración en el perfume, lanzando una leve ola de olor sobre la superficie del aire viciado. La aceituna asciende como un ángel perezoso, en una vertical ascendente, un puño que golpea desde abajo a quien nos aprisiona contra el suelo, pero muy despacio, los golpes siempre suceden despacio en la memoria. La aceituna flota, como el remanenente de un naufragio ocurrido hace años, pero presente en el presente, clavado en este preciso instante en que la aceituna flota inmóvil en el perfume inmóvil, en la copa inmóvil, en la atmósfera inmóvil del cuarto inmóvil. Por un segundo dejo de respirar y los latidos parecen cesar, saboreo la eternidad de un instante inútil y vilmente repetible, idéntico al que lo antecedió y al que lo sucede y eso, ¿qué cosa es sino la eternidad?

Nunca habrá el tiempo suficiente.

lunes, 21 de noviembre de 2005

Las palabras, avispas

Hay días que están llenos de palabras que no pueden ser dichas. Días colmados de apretujados garabatos en un cuaderno deshojado que nadie leerá. Tantas cosas murmuradas entre dientes, a pesar de estar apretujado entre cuatro paredes, durante la madrugada y sin nadie alrededor. Cartas que necesito escribir y que tal vez no lo haga, gente que debo confrontar, confrontaciones de las que he huído toda mi vida, votos que quebrar, canciones olvidadas, la historia magnífica arruinada por un virus.

Tengo grandes enemigos. Pronto enfrentaré el temible momento en que cara a cara, he de derramar palabras apresadas durante años y las oirá la persona que es mi segunda peor enemiga, la persona que me dio a la vida. Así, quizá algún día llegue a hacerle frente a mi peor enemigo.

domingo, 20 de noviembre de 2005

Sky-rocket high

Pasó lo peor. Se acabó la comida. Yo siempre, como gran perezoso, compraba la comida al día, cocinaba sólo cuando me daba hambre. Nada de tres comidas al día: era el caos total. Podía hacer seis comidas o sólo una durante el día. Dependía de la época del año, el saldo en la tarjeta y sobre todo del saldo en la tarjeta. Finalmente sucedió lo que yo llamaba a gritos: una escasez mundial de alimentos, una serie de imposibles catástrofes simultáneas, la trompeta de un jinete infernal en la voz del Fearal, anunciando la inminencia del Ragnarök.

¡Oh, dios!

Ese día me levanté tarde. Vergonzosamente tarde. El televisor tenía una sola y sucia señal: un cataclismo envidiablemente reducido a unas parcas líneas. Fui a la ciudad y el espectáculo era dantesco, todos comiendo basura, peleándose por huesos y verduras rancias; tuve que correr por mi vida. Llegué a mi casa por el techo y me arrojé al patio. Ya la gente de la casa estaba inquieta; por la noche ya tuvimos las primeras peleas por comida, con un saldo de costillas rotas, un hombro dislocado y mis puños raspados por las paredes y a los tres días tuve que matar a tres. Los demás me asaltaron a la madrugada, los pobres no sabían que yo estaba armado. Dos días después, la ausencia de cualquier cosa comestible y el hedor laxante de los muertos en el patio me hicieron huir de la casa. Me tomé unos minutos para escoger mi ropa y opté por la versatilidad. Llevé todas las armas que tenía: la katana, el wakizashi y el bo, todos los cuchillos que encontré esparcidos por diversas partes del cuerpo, trozos de cadenas y un martillo. Me arrojé a la calle con el más agudo arrojo que yo recuerde, recorrí kilómetros, peleé furiosamente para conseguir unas pocas viandas y más tachones a mi cuenta de muertos. En mi prisa por armarme e irme, olvidé el preciado líquido pero encontré en mí una furia impensable en mi criterio, era una ardorosa rabia que me mantenía inquieto todo el día, durmiendo con los ojos abiertos y por ráfagas de apenas minutos, que me ayudó a salir del tormento de la sed.

¡Démelo a mí!

Pronto ya no había más comida en la calle, no se conseguía. No importaba cuánta gente se asesinara y registrara minuciosamente. La gente se dejó de matar por aburrimiento y se limitó a congregarse en un único lugar a mirarse con psicópatas caras. Mi furia me dio el impulso para elevarme y decir breves pero fuertes palabras: proclama de liderazgo otorgado por alguno de los ahora sí múltiples dioses y conocido gracias a la posesión de facultades adivinatorias. La gente cree cualquier cosa cuando necesitan que alguien los mande.

¡Sí!

Empezamos a asaltar lugares de almacenaje como casas de ricos, hospitales, bodegas. Era una carnicería, nosotros desesperados por comer; los otros, aterrados por su inminente muerte. Hubo más fracasos que victorias, la gente acuartelada tenía la ventaja de estar a la defensiva en edificios cerrados y tener mejor armamento. Una vez peleamos por cerca de dos días para encontrar que los sitiados tenían menos provisiones que nosotros. En medio de la desazón, alguien propuso que nos comiéramos a los que habíamos matado. Repartí los cuerpos y les dí instrucciones de cómo destazarlos, recordando cuando mi padre, mis tíos y yo matábamos el cerdo de navidad. Durante la comida, fui oficialmente proclamado como líder, se discutieron estrategias y redefiniciones de pecados. Fui ungido y recibí nuevas armas, ya que el bo lo perdí el primer día y el wakizashi a los trece días, conservé la fogueada katana con una funda nueva, incluso conseguí un revóver y una escopeta recortada. Di orden de partir y mi guía fue buena. Por un breve tiempo.

El fuego que no se apaga.

Mi final fue rápido. Seguimos intentando conseguir comida, pero sólo encontrábamos gente dispersa. El hambre nos enloqueció y pronto estábamos asesinando a cuanto ser humano se cruzara por nuestro camino, para disponer de sus entrañas y carne. Matábamos y matábamos más y más. Pronto ya habían pleitos por ciertas partes y en especial los niños, entre más tiernos mejor. Botamos las mohosas y escasas viandas que habíamos guardado y dejamos las complicadas preparaciones para simplemente rasgar la carne sangrante con nuestros dientes. Pero la gente se acabó. Marchamos por días hasta que nos derrumbamos una mañana; a los pocos minutos ya hubo un mal presagio: uno de nosotros fue sorprendido devorando a uno de los nuestros que había muerto de agotamiento y los demás nos le unimos en vergonzosa comunión. Esa noche fue seca, ventosa y con una inminente tormenta que nunca llegaba, antiguas y torvas miradas regresaron, procedimos a matarnos unos a otros y retornó el olor a carne humana chamuscada, que se había convertido en mi estandarte. Caí entre los primeros. Yo estaba cansado, la tensión de no dormir más que a cabezazos en mares de alerta y mi decidida desidia, que había provocado mi exclusivo abandono a los corazones de las víctimas, tributo que yo cobraba a mis siervos, supuestos siervos. Mi katana me fue fiel pero no fue suficiente. Fui desmembrado con rapidez, aún me sorbían los sesos cuando empezó un copioso aguacero que formó charcos y saco cientos de sapos de las grietas de la tierra. Maná del cielo.

Tal es el resumen de mis últimos meses, desconocido dios.

Aunque dudo que me asuste, ¿cuál es el camino de tu ignorado pero aborrecido infierno?

sábado, 19 de noviembre de 2005

Mis últimas palabras

cinco de la mañana

Marley

desarmado y lápiz en mano

con cinco líneas

sobreviví a la noche

Matriz

¿Soñás, dormís?

Un corazón arde.

¿Estarás borracha, maldiciendo el día en que nací?

Un corazón decae,
como una pasa.

Tu voz, vos chasqueando la lengua...

Un corazón decae,
como una víscera puesta demasiado tiempo al sol.

Las cáscaras viejas de limones,
herrumbre cabalgando en el viento,
las ventanas empañadas,
cago en la calle, rodeado de gente:
a salvo, gracias al suéter tapándome la cara.

Amanezco en basureros,
mi cara cubierta por una máscara hecha de palillos,
por lo que sé,
me siento olvidado.

Jefe

Estoy sentado,
bebo agua,
acomodo mis cosas
y pienso cómo se verá su cabeza
clavada en una estaca.

Siempre tengo presentes
sus despliegues de poder,
su frío sarcasmo
y mis castigos:
A veces creo que podría
convertirle la cabeza en puré:
los puños rotos
hundiendo los fragmentos de hueso
en el suelo.

Siendo honesto,
no me cae bien;
podría amarrarlo a la silla,
arrancarle un ojo con los dedos,
sostenerle la cabeza
y violarlo por la abertura sangrante.

Un día de éstos renuncio.

viernes, 18 de noviembre de 2005

El castillo de Drácula

No hay más dios que la muerte
y yo soy su profeta.
Como aquél que arrancó sus ojos
para expulsar su don,
yo me arranqué la calma.

Le tengo espanto
al segador siniestro
que no distingue la mies.
Temo ese parpadeo,
al más allá,
a lo que no tiene nombre.

Yo la veo en la calle,
altanera y veloz,
acechando con sigilo
desde rostros crispados.
Me respira en el cuello,
me sonríe desde el fondo de los abismos.

En casa me espera,
la veo en el espejo,
me habla bajito
ofreciéndome potasa
o un filoso cuchillo.

Ven a mí
que no aguanto la espera,
la incertidumbre, la inminencia.
Ven, sopla y dispérsame
como a un montón de hojas secas.

jueves, 17 de noviembre de 2005

Light post

—Óscar. Me dijo que se llamaba Óscar.—

Él tiene las manos suaves. Son suaves como si fueran de mujer, como de alguien que nunca ha trabajado. Le deslizo el cuchillo por la palma, cada vez meto la punta un poco más y la piel comienza a rasgarse y a teñirse de vivo rojo. Todavía no siente mucho, todavía duerme atontado por el trago, son tan fáciles, nunca me fallan, siempre uno ansioso, estirando la boquita, entornando los ojos, desde ahí ya mío. Alisto el martillo neumático. Le estoy haciendo cosquillas, tiene un asomo de sonrisa en los labios. Le deposito, como un beso en la mano, el martillo sobre la palma. Jalo el gatillo, una ligera explosión, el clavo a rojo vivo se dispara a través del cañón y se le hunde en la carne y queda humeante, asomando la cabeza desde el centro de la mano herida, abierta como una flor, como una vagina. Hay un breve eco en el profundo sótano, seguido de las réplicas del grito. Nadie vendrá. Siempre gritan. Todos. Tarde o temprano todos gritan. Aúllan, ladran. Está demasiado lejos. Nadie te oirá. Nadie vendrá. Sigue gritando. Siempre sucede, después del primer clavo todos gritan y gritan, se retuercen del sopor y se arrojan a una poza de dolor, se ponen rígidos, hay que aplicarles el chuzo. Se calman. Es como si se derritieran, como si la carne se les volviera caramelo, se orinan, en este exacto momento se orinan por primera vez. Le clavo la otra mano. Los pies, uno sobre otro como las manos de María, de la Virgen, de la Madre Divina. Una espada de dolor atravesará tu alma y a veces lo pintan como una espina a través del corazón del Ave María y se ve como un clavo de seis pulgadas que atraviesa un par de blanquísimos pies, que se ven como las manos de una virgen posadas sobre su piadoso pecho. Me siento en su pecho. Yo también estoy desnudo. Lo beso en las mejillas y brevemente en la boca. Lo he traicionado, él creía amarme y yo, que debía cuidarlo, que debía protegerlo y hasta mimarlo, yo lo he traicionado. Un metro de alambre de púas, eso le enrollo en la cabeza, con vigor, con firmeza; se despega si no se hace así, ellos empiezan a golpear la cabeza y se zafa. Está listo. Monto la cruz. Ahí es cuando dan sus mejores gritos. Yo lloro mucho, se me mezclan los mocos, las lágrimas, el semen, la saliva. Lloro hasta cansarme, que es generalmente cuando ellos dejan de gritar. Hay que darse prisa entonces. El tajo tiene que ser amplio, de arriba para abajo.

—Sangre de mi sangre, carne de mi carne.—

Su cuerpo. Su cuerpo, a pesar de todo, está lleno de vida, es como una explosión de vida en la boca: la carne de fibras duras, la sangre palpitante. El alma sale del pecho cual una ventosidad, parece un chorro de semen deshaciéndose en agua tibia, en un té de canela. La sangre en mis brazos me permite agarrarla y es como un algodón de azúcar y tengo que mover las manos rápidamente para que no se escape, ya me ha pasado antes y no me gusta. Me la llevo a la boca y la deshago con pequeños mordiscos primero y luego con grandes bocanadas; quedan trozos pegados en la sangre y yo me la lamo de la piel. Lo veo y se ve hermoso, como una herida fresca, como una vagina enorme y sangrante. Véte, y no peques más.

—Óscar. Me dijo que se llamaba Óscar.—

Bon appetit...

miércoles, 16 de noviembre de 2005

Metamorfosis

Todo ha quedado atrás,
mi deseo ha sido concedido,
la copa se ha derramado
y yo me precipito a mi ocaso.
Abre tus fauces, tierra maldita,
trágate mi carne y escupe mis huesos.

Abandono la servidumbre
en este estallido de sangre.

Por fin, el fin.

Nunca más seré privado,
porque no seré nada.
Una osamenta no suspira,
la carne que se pudre
no derrama lágrimas.

Me libero del dolor
con un aullido de muerte.

Ahora que vuelo
llameante como meteoro
a estrellarme contra mi destino,
disfruto mi grandeza.

No hay espectáculo más sublime
que cuando algo hermoso se destruye.

Tú y mi castillo

Yo estoy maldito,
Dios me ha maldecido.
Atrapado en la noche,
me arrastro en la sombra
cargando mi condena
sin queja ni llanto.
Ahora estoy más vivo,
soy un ladrón,
la muerte me alimenta,
mi existir es la desgracia de otros.

Pero tú te me has entregado,
has aceptado tu destino azaroso,
renunciaste a mucho
pero yo te daré más.
Desnudaré tus ojos a dimensiones salvajes
que apenas veías de reojo,
te enseñaré y aprenderás,
todo por tu amor a mí.
Por tu sacrificio en mi nombre
me brindo a ti,
bébeme despacio
y baila conmigo,
agitemos este aire envilecido,
que nuestros cuerpos inquietos
sacudan el polvo milenario,
que la ruina sucumba
ante tu palidez dichosa
y haya por fin luz
en mi larga noche.

Silva de varia lección

  • Personaje literario que me gustaría ser: El Corsario Negro.
  • Personaje de cine que me gustaría ser: El villano mayor en una película de kung fu (siempre mueren con gran gloria, en honorable combate.)
  • El personaje literario con quien contraería nupcias: Helena de Troya o la Alejandra de Sabato (estuve juntado con una parecida, que conste.)
  • El personaje de cine con quien contraería nupcias: Trinity.
Existe gran cantidad de recetas donde usan marihuana. Existe la mantequilla de marihuana. Ustedes saben, filet al ajillo cocinado en mantequilla de mota: si me hiciera eyacular, habría encontrado algo que me satisfacería todos las necesidades primarias.

Claridad, firmeza, orgullo. El rumor o la realidad, tal vez un guía o un maestro, o tal vez cinco: la mala suerte, una enfermedad venérea, madre constrictor, tendencia a gastar, pésimo gusto para la ropa. En un hombre todo el cuerpo es músculo excepto el sexo; en la mujer, viceversa: las líneas y curvas de los senos y las caderas son símbolos de sabiduría. Todo aquél que aspira al sacrificio, aspira a la divinidad.


(The matrix, Neuromancer, valium.)

Europa

Me la encontré en la Calle de la Amargura. Yo estaba tomado. Ella estaba tomada. Intercambiamos breves pero duras palabras. Le tendí la celada de una vez, consciente de que era demasiado obvia:

—No hablemos aquí. Vamos a mi casa.—

Fuimos, diciendo apenas los necesario. Entramos, ella se quedó en medio de la sala, desafiante, con los brazos cruzados.

—Bueno. Lo escucho.—

Sin perder tiempo me le fui encima. Ella se resistió mientras la volcaba sobre el sillón. Me repetía:

—Sos un pendejo, un maldito maricón, no sabés cuanto te odio.—

La despojé, no sin esfuerzo, de sus botas. El jeans me dio no menos problemas. La distraje con la boca, con firmes dentelladas y largos paseos con la lengua. Mientras luchaba con la mano derecha para abrirle los pantalones, con la izquierda sumé distracción acariciándole sus redondos senos, apretándolos y pellizcándole los pezones. Su piel y aliento se calentaron y se volvieron húmedos y ella empezó a respirar agitadamente. Forcejeamos hasta el cansancio, finalmente le logré quitar el jeans, no sin alboroto: el teléfono tirado, ceniceros quebrados, la mesita volcada. Sin ganas de más ceremonia, le rasgué el boxer con las manos y lo abrí como una granada madura. Me puse el antifaz de una vez y su olor fuerte me enervó la sangre, ella estaba ya mojada. Le besé infinidad de veces sus otros labios y recorrí con toda la superficie de mi lengua su otra boca y sus contornos, dándole de vez en cuando pequeños mordiscos. Aumenté la fuerza y la velocidad, pronto mi saliva y su jugo me chorreaban de la barbilla. Ella decía, con un tono de voz algo indefinido:

—No, no, no.—

Llegó a exasperarme. Me interrumpí y le pregunté, mientras me sacaba un vello de la boca:

—¿Eso es no-no, o no-sí?—

Me metió una fiera cachetada.

—¡Siga!— y de un sonoro manotazo me volvió a hundir la cabeza entre sus piernas.

—Has estado practicando.— dijo, derritiéndose dulcemente entre mis manos, entre mis dedos, como si estuviera hecha de melaza.

El hijo de puta

Hoy,
los zopilotes comen de mi boca.

Yo era lo que era
y tenía un cuchillo,
un cuchillo en la mano;
nadie dudó de mi furia
ni de mi gusto por la carne corrompida,
las cabezas cortadas,
los viejos lamentos de siempre.

Mandé en este estercolero
con garras de hierro,
siempre vi el miedo
y el odio en los ojos de todos,
incluso en los que se suponían adorarme
y yo cuidaba;
los mismos que me vieron dormido y ebrio
y sus manos me quitaron el cuchillo
y abrieron la puerta.
Me arrastraron a la calle,
yo aún dormía;
me desnudaron,
yo aún dormía;
empezaron a arracarme pedazos,
ya estaba despierto
y vi mis pedazos pasar frente a mí
como en un desfile.

Hoy,
los zopilotes comen de mi boca.

Oído en un bus

Un celular hace una llamada.

—Hola, mi amor. Adivine qué. Me jalé una torta. Gasté un montón de plata. Me compré un montón de ropa. Está muy linda. ¿Qué cuánto? Bueno, ¿cuánto cree usted? Más. Más. Más. No tanto. Un poquito más. Mi amor...—

El celular hace otra llamada.

—Hola, mami. Adivine qué. Me jalé una torta. Gasté un montón de plata. Me compré un montón de ropa. Está muy linda. ¿Qué cuánto? Bueno, ¿cuánto cree usted? Más. Más. Más. No tanto. Un poquito más. Mami...—

El celular hace otra llamada.

—Hola, Vane. Adiviná qué. Me jalé una torta. Gasté un montón de plata. Me compré un montón de ropa. Está muy linda. ¿Qué cuánto? Bueno, ¿cuánto creés? Más. Más. Más. No tanto. Un poquito más. Ya no me puedo comprar los zapatos...—

martes, 15 de noviembre de 2005

Ofertel, PAISAFOOD y la estatua del Rottweiler

El rottweiler. ¿El mejor amigo del tico?


(¿No ticos?: Información adicional aquí: 1 y 2)


  • Ofertel ofrece cachorros de rottweiler. Si llama en los próximos diez minutos, totalmente gratis le enviaremos dos nicas para que los entrene.
  • Ascan presenta su nuevo producto: PAISAFOOD, enriquecida con nacatamal y vigorón. ¡A tu perro le encantará!
  • En la entrada del Taller Zuñiga decía: Perro bravo. Ahora dice: Bravo, perro.
  • Se dice que la estatua de Juan Santamaría será cambiada por la del nuevo héroe nacional mata-nicas: Hunter (el perro asesino.)
  • Si es usted tico y se respeta como tal, debe tener celular y de seguro que al igual que yo, durante los últimos días ha recibido algunos chiles (los de arriba son sólo ejemplos tomados al azar) enviados como mensajes de texto a su teléfono. No mentiré diciendo que no me reí, ni tampoco que la muerte de Leopoldo Natividad Canda Mairena, de 25 años de edad, me ha conmovido especialmente. Pero sí me ha dado qué pensar, a nivel particular y general.
Viendo el caso específico, mi principal pregunta es: ¿por qué no mataron al par de zagüates? Que no se piense que soy cruel con los animales; más bien me encantan los perros y disfruté mucho tener a Canela, Pinto y Shakti mientras los tuve. Ni siquiera soy capaz de matar los malditos ratones que me encuentro por ahí. Sin embargo, me trato de imaginar qué hubiera hecho yo estando ahí en el Taller Zuñiga con un arma en mi poder (un revólver, un machete, un buen garrote.) Por la razón que fuera, no creo que en vez de matar a los perros si era necesario, hubiera podido simplemente subirme al techo de un bus viejo a tirarme los toros tranquilamente. ¿Habría pasado lo mismo que en vez de un indigente nicaragüense, hubiera sido el Tuma Martínez, alguna modelillo de A todo dar o uno de las nietos de Abelito? ¿Hubiera podido quedarme parado, oyendo los gritos de Leopoldo, viendo como los perros le arrancaban la carne de los brazos? Creo que no, y pienso que hubiera sido aún más lógico para un policía, un supuesto guardián de la vida. ¿Y los grupos de chusma enfurecida? ¿Sólo sirven para saquear negocios y bloquear calles? ¿A nadie se le ocurrió espantarlos con fuego (perogrullada: son animales)?¿Qué es? ¿Es qué la vida humana realmente ya vale tan poco? ¿Se ha llegado al punto en que el asqueroso orgullo del dueño de los perros y el taller, el tal Fernando Zuñiga, no se juzga inapropiado? Un ser humano estuvo siendo desgarrado, desfigurado, torturado hasta causarle la muerte durante dos horas y nadie, absolutamente nadie tuvo la decencia de hacer lo verdaderamente necesario para ayudarlo. Si había que matar a los perros para tal efecto; gente, por más vueltas que le doy, no lo hubiera visto como mal hecho o reprensible. He oído opiniones dice que fue culpa de Leopoldo: nadie lo tenía de ladrón. Yo me pregunto: ¿por qué robaba? ¿Qué lo llevó por tal camino? Yo no he conocido a nadie que se vuelva ladrón por gusto, por el glamour y el status de la profesión. ¿Por qué Leopoldo no era un miembro productivo de la sociedad como un diputado, un cura, o un agente aduanero?

Yendo más hacia la generalidad, la pregunta es: ¿es que acaso a los costarricenses nos estorban tanto los nicaragüenses? Recuerdo los principales e insostenibles reclamos que se hacen en contra tal inmigración: que nos quitan los trabajos, que no contribuyen a la Caja Costarricense del Seguro Social y usan sus servicios, que todos los crímenes violentos son cometidos por ellos. Leo los chiles que tanta risa han causado, observo la reacción general de la gente y pienso: ¿no es acaso xenofobia? ¿Es acaso exagerada la analogía de que tratamos a los nicaragüenses como han sido tratados judíos, gitanos, homosexuales y un largo etcétera? En esta tierra, antes no había nadie. Vinieron luego indios, españoles, africanos, chinos, europeos, etc. Ahora han venido los nicaragüenses. Nos guste o no, ya hay una generación de ticos con padres nicaragüenses y difícilmente se irán. Sus costumbres, cultura y genes se integrarán a los nuestros, inevitablemente. Serán aportes para el futuro de nuestro país. Creo que no hemos valorado eso, ni tampoco el drama de ellos, desterrados de su tierra por la miseria y obligados a venir a un país que se comporta de una manera hostil hacia ellos; la absoluta mayoría viene a trabajar en humildes y necesarias tareas que los pedantes ticos nos rehúsamos a humillarnos a hacer. Desde una perspectiva diplomática, Costa Rica se ha metido en un buen lío. Nuestra posición ante Nicaragua es indefendible y ninguna acción podrá remediar este atroz hecho. A lo más, se puede medio remendar castigando la negligencia del dueño y los policías; que la vergüenza caiga sobre los que vieron y nada hicieron. Le doy rienda suelta a mi imaginación y visualizo un futuro cercano: los nicas realmente se enfurecen por esto, se organizan y nos empiezan a causar verdaderos problemas. ¿Podrían? De fijo. ¿Sería posible que sucediera? No lo creo. ¿Qué tal si un día llegamos a necesitar de nuestros hermanos del norte? ¿No irán a recordar tales cosas?

Un pensamiento más: a estas alturas de la historia, las fronteras, naciones y nacionalismos me parecen inútiles.

Por la calle

Voy por la calle.

Salto
y le digo a la persona que enfrento:

—¿Me puede dar un abrazo?—

Algunas se burlan,
otras se asustan,
otras se acercan
y me abrazan,
a veces sonriendo,
a veces no.

No sé cuál de todas me gusta más.

Infierno, XIII

Me quemo.

Muy temprano en mi vida,
supe lo que era el infierno
leyendo el Apocalipsis
como cuento antes de dormir.
Durante el día
dibujaba a la Bestia
y al viejo Dragón
en la parte trasera de mis cuadernos de caligrafía.

Lo conocí casi veinte años después.
Hoy ardo.
Cadenas de hielo,
ollas de aceite,
la carne pinchada
y el extenso tormento.
Mía es la desesperación como la de una vieja loca que vive sola con gatos,
mío el desvarío de ver tu cara en todas las superficies
y que hoy no seás más que cenizas
y la agonía de la árida soledad compartida.

Y lo disfruto,
amarrado a la estaca,
encadenado como Prometeo:
ya el orgasmo no escupe nada,
es sólo el calambre,
una y otra vez
y la verga que se me quiebra.

Me quemo.

lunes, 14 de noviembre de 2005

El robot del amanecer

El robot activó sus sensores ópticos.

"+9+" apareció en la pantalla.

Estaba en un cuarto de forma cóncava, de una blacura insoportable, con el aire más seco imaginable. Él estaba en el centro, como sacado de un sueño, como recién salido de un horno de barro al rojo vivo. La habitación estaba vacía, no había nada más que el robot y un espejo. Él estaba acostado en el centro del cuarto, con su parte frontal hacia el techo. Se levantó, muy despacio. Era algo que hacía por primera vez. Se dio cuenta de su peso, de su volumen, de su altura. Giró sus sensores ópticos al total alrededor del espacio del cuarto, que era una casa cóncova de una sola habitación. El aire no tenía ni el mínimo trazo de humedad, el nivel de sonido era apenas notable: el viento cargando lígeras partículas que se movían a ráfagas, raspando el exterior de la casa. El robot se desplazó; al principio muy lentamente, aumentando la velocidad de sus desplazamientos periódicamente. Registró su rango de movientos. Caminó hacia el espejo. Vio una figura insólita en el espejo. Era tan incongruente con su alrededor, con su composición tan diferente. Los alrededores eran simples, la figura se veía complicada. Notó la diferencia. Pronto tomó consciencia de que lo que veía en el la superficie del espejo era su propio reflejo. Articuló su primer sonido, una mezcla de gruñidos y chillidos:

—Yo soy. Yo existo.—

Más allá del espejo había una apertura nítida, una puerta, que daba al exterior, al exterior que se veía a través de otras aberturas tapadas con cristal, el exterior que se veía tan amplio, al contrario de la casa, al espacio más puramente abierto. Se dirigió a la puerta, para atravesarla y salir; sí salir, al exterior, afuera, más allá.

domingo, 13 de noviembre de 2005

Tres fobias

  • Los puentes.
  • Las agujas.
  • Los sapos.

(En medio de un puente de hamacas tambaleante, una multitud de sapos enfurecidos y lechosos, armados con largas agujas, se me arrojan encima. Decepcionados, se dan cuenta de que yo ya había muerto de terror.)

Cuando era un niño y se me aflojaba un diente, se lo ocultaba a mi madre lo más posible. Si ella se daba cuenta, me agarraba, me metía un trapo limpio en la boca y procedía a terminar de arrancarme el diente. A veces costaba que se soltara. Y hubo veces en que harto de tenerlo colgando, fui voluntariamente donde ella para que terminara la molestia.

sábado, 12 de noviembre de 2005

Sonata mulata

Bailando,
mordido por tarántulas,
los tambores se vuelven lejanos
mientras el veneno corroe mi mente,
me pierdo de mi cuerpo,
mi sanidad me deja,
entro en el mundo sin tiempo
y veo mi núcleo atrás mío:
es una pequeña esfera
cruzada de filamentos de luz.
Aquí no hay yo,
es más,
nunca lo ha habido:
soy un reflejo
del oculto dios.
Yo soy él
y él es yo,
nos referimos
uno al otro
veladamente
y nos negamos
mutua y tajantemente
con una misma voz,
nuestras manos se arrollan
en nuestros cuellos
y tratan ferozmente
de exprimirnos la existencia.

Desperté en una zanja, desnudo y con naúseas.

Aquí iba un número romano

Ven,
pobre hacha de colores,
ignorancia plena de la discordancia,
andá,
trazá alguna sombra de murmullos
en los oídos secos de reyes ciegos.
¿Qué es lo que soy,
yo que me deslizo pastoso sobre las espinas
que colonizan los cimientos del hastío?
Yo soy el vengador de los perdones,
el verdugo amable del síncope,
estoy armado con las lanzas del desdén,
con las canas de los perros olvidados.
Bien que no entiendo la música del pulso,
los ojos rayados, los motores de miseria.
De tal destino azulado
he caído pleno de gel,
aborrecido por la sal de los ángeles,
vomitando por la nariz
todas las encomiendas del destino;
quiero la lucidez, la simpleza de palabras,
la transparencia del hado,
no quiero ser nada,
ser libre de metamorfosis.
O no.
Eso.

El amor, perdido

Te pierdo
cuando
te busco.

Mientras te descifro
en las tardes eternas
de domingo,
te reinventás
y me dejás igual.

Si te atraigo a mí,
te me alejás;
si te escucho,
te callás;
si te beso,
te desvanecés
como una música fácil.

¿Será el secreto de tu cariño,
el ser cruel y fuerte?

jueves, 10 de noviembre de 2005

La culpa fue del primer beso

A vos
Esto pasó hace años.

Corríamos en busca de un rincón oscuro,
ella me llevaba a mí o yo a ella,
qué importa,
y miré atrás
por un segundo
y cuando volví mi cabeza
encontré una boca en la mía,
fue una sorpresa largamente esperada
porque los dos sabíamos
que era inevitable.

Un beso es sólo un beso
y por él se pueden perder
un reino
una vida
un alma.

Una noche con La Sociedad

Por Chili Douglas

Casi no hay luz en el estudio. Operando la consola, un insomne técnico ajusta los controles justo antes de la última sesión de la madrugada, bajo la atenta supervisión de Otrova, celoso controlador de cada último detalle. Dentro de la cabina, el Tugo ajusta las cuerdas de la guitarra, decidido a terminar por fin el día. Detrás del técnico, que dice llamarse José pero por alguna razón nadie le cree y Otrova, un especie de sala de estar compuesta de sillones casi al ras del suelo, distribuidos en ellos se encuentran, entre el tedio y la ansiosa espera, el resto de los miembros presentes de la banda. La espigada Sole, acostada cuán larga es en el sillón largo, hace burbujas de saliva con la lengua y trata infructuosamente de elevarlas para que aterrizen de nuevo en su boca. La Gata trata de elevar un castillo con pajillas rojas de remover café. Elmoto falla en llegar en primer lugar en Gran Turismo y yo soy testigo desde mi rincón; me vuelve a ver y apaga el Playstation y me hace un gesto de resignación. Dentro de la cabina, Tugo está listo. Escupe en el basurero y dice:

—Vámonos.— Por fin, luego de un par de horas, el solo parece haber salido bien. Aliviado, Elmoto se levanta y rápidamente, lava los numerosos trastes sucios que atestan el fregadero.

La canción está lista, letra de Sole y música de La Gata: "El Patán ha muerto, lo mató Pico de Oro." El grupo está en medio de la grabación de su último disco, tentativamente llamado "El jueputa CD". La gente del medio ha señalado este disco como dos cosas para La Sociedad: su consagración definitiva o su definitivo hundimiento. De esto último se ha hablado mucho y los tabloides no dejan de publicar historias sobre los incontrolables pleitos entre Sole y Otrova (que según aquellos han llegado al plano físico,) versiones de la conversión del Tugo a la fe budista y su inminente reclusión en el monasterio de Hatillo 8 y por supuesto los intensos rumores de un nexo de sangre entre El Quintu y Lucifer. La banda se toma tales episodios con insólita calma:

—Estamos totalmente concentrados en la grabación. Por supuesto nos damos cuenta de las publicaciones, no nos hacen falta reclamos de nuestras madres y respectivas parejas, pero no nos molestamos en replicar. Nosotros sabemos como está el arroz y con qué tusa nos rascamos y no necesitamos a ningún pseudoperiodista para indicárnoslo.— aclaró riendo La Gata, no sin mirarme con un dejo de amenaza.

Salimos a la noche helada: estrellas, un pedazo de luna, ninguna nube. Envuelta en su largo chal con apariencia de capa, Sole murmura en tono audible para todos:

—En noches así, un trago es comparable a un buen amante.—

Nadie parece disentir. Hay numerosas historias de bacanales, de orgías de sexo y sustancias ilícitas y diversos locales quemados por la supuesta piromanía de los miembros de la banda (chisme que no tardan en desmentir por lo menos hablando cada uno de sí mismo) y ésta parece ser la oportunidad perfecta para observar al grupo fuera del ojo público. Acomodados en distintos carros viajamos hasta el local que suelen frecuentar, el famoso Quitapenas. Mientras viajamos escuchando un CD quemado con canciones de los ochentas, resuena una especie de trote desde el bolsillo de la pasajera del asiento del copiloto. Atiende la Gata y rápidamente se pone de acuerdo con el otro lado de la línea en la visita al Quitapenas. Corta; nadie pregunta, debo hacerlo:

—¿Quién era?—

—Quintu. — responden los demás a coro.

Resonó, como una campana, por fin el nombre del miembro ausente del grupo, el baterista Quintu, quizá el más polémico (y presencia constante en los tabloides) de la banda. A lo que me habían dicho en la revista, probablemente Quintu estaría presidiendo una sesión espiritista, por lo que no lo vería y ahora aparecía oportunamente para éste que escribe.

Llegamos al Quitapenas en quince minutos. El local, antiguamente bohemio, estaba casi vacío. Se juntaron un par de mesas junto a la ventana que da a la calle y nos sentamos alrededor. Se ordenaron los más selectos licores, los mejores habanos y los productos más deliciosos y llenos de manteca que pudiera arrojar la cocina. Se conversó un rato de diversos temas, hasta que un curioso incidente precedió a la llegada de Quintu. Por algún desperfecto eléctrico, la luz del bombillo que nos intentaba iluminar a través del humo y la noche interna del local, empezó a parpedaer, justo en el momento en que un par de perros se peleaban por unas bolsas de basura, a la vez que entraba Quintu por la puerta y se sentaba cerca mío. Rápidamente se provocó una discusión con acusaciones contradictorias acerca de un oscuro asunto de unos libros de Yeats y un juego de naipes pornográficos. La discusión terminó tan repentinamente como empezó y procedieron a chismorrear sobre su par de cercanísimos colaboradores casi compatriotas: la mexico-estadounidense Ilana Sue y el no menos célebre Yuré, o para ellos "Jupa de anguila" o más cariñosamente "Pelucas Nick Jason." A éste al parecer le estaba cayendo un demanda más de paternidad y la conocida Ilana Sue había entrado en un conocido retiro tantra. A continuación y luego de una rápida sesión de autógrafos con un par de trasnochadores fans (sesión de fotos incluída) se habló de un miembro ausente, de la posiblidad de un nuevo integrante y de sus futuros proyectos. Como a esto último se refiere el siguiente artículo, me referiré brevemente mis impresiones sobre los miembros de La Sociedad: Otrova es un sujeto que aparenta exactamente lo que es, hecha la aclaración que lo anterior se dice de una manera positiva, que se sabe de alguna manera líder del grupo, no sin ayuda del hecho de que él es además, junto a Sole, encargado del management de la banda. Ella, Sole, una de las dos vocalistas, con un aire de suficiencia muy propio, dirigía la conversación como si fuera un juego de cartas; es dueña de una belleza lejana, sabedora de que no es cualquiera quien la coquista. A pesar de lo que se podría pensar, Tugo no es el sujeto violento que se describe en los chismes de los famosos, más bien, como todo guitarrista principal del grunge, es lo bastante reservado para decir que es un poco abstraído en sí mismo, aunque claro: quince tragos dobles de Chivas Regal a nadie ayudan en la conversación. Al otro lado de la mesa, la otra vocalista, la angelical Gata, hermosa y claramente la responsable de esparcir energías positivas hacia los otros, nos contaba regularmente chistes vulgares y frases de doble sentido que hacían la delicia de la banda. Elmoto, a pesar de haberse proclamado el comic relief, decía cosas con bastante sentido, como se podría pensar del bajista y director de videos del ascendente grupo. Del problemático Quintu, veo un cierto cansancio, una impresión de que habla mejor con los temas que compone, con los bolillos y los bombos. Siendo el más elusivo de los integrantes, se han tejido diversas leyendas en torno a él nacidas de los temas que compone: satanismo; aquejado de una crónica drogadicción al pegamento para zapatos (aunque es heraldo de lucha en favor de la legalización del uso de la marihuana con fines recreacionales y acepta abiertamente su consumo con tales fines;) cambio de sexo; evasión de impuestos e intento de sacar de áreas protegidas especies (casi extintas) de orquídeas; que al igual que Merlín el mago, era hijo de Satanás y una mujer y sospechoso en el barrio de tocar timbres y salir corriendo. Debo confesar que me pareció un sujeto común y silvestre y que más bien me sentí algo decepcionado al constatar la realidad.

La conversación se prolongó un rato más y rápidamente la gente de La Sociedad se fueron uno a uno. Me quedé hasta que se fue el último y ahora ordeno mis notas. Aquí a mi lado está el supuestamente insomne técnico de sonido José, quien se me ha sentado cada vez más cerca. Parece que este reportero, esta noche, tuvo suerte.


8-9/11/94

miércoles, 9 de noviembre de 2005

Lo dije y lo digo ahora

Mi padre lo recuerda mucho y le hace mucha gracia. Estábamos en Esterillos durante las vacaciones, yo era un niño y estaba acostado en una hamaca bajo un par de palmeras. Estaba atardeciendo y me tomaba un vaso de jugo de naranja helado. Mi padre llegó donde estaba yo y sin ninguna introducción, le dije:

—Esto sí es vida.—

Nada como una noche de cerveza y charla con Urizen para pensar un poco. Veo y el futuro y casi podría tocarlo y el presente está aquí y lo tomo como viene, como un vaso de jugo de naranja helado. Aquellas palabras resonaron en mi cabeza hoy como un golpe de gong. Mañana, de hecho, será un día mejor. Y creánme cuando lo digo.

lunes, 7 de noviembre de 2005

El preludio de un beso

Sería despacio. Doucement. Llegaríamos a mi cuarto, verías mis libros, mis discos y las cosas en la pared. Tal vez quisieras que empezáramos de una vez, quizá no. Me tomaría mi tiempo, hablaríamos de cualquier cosa. Luego aventuraría una mano, trataría de encenderte con las puntas de los dedos, sientiendo tus poros, tus vellos, tus curvas. Te tomaría en mis manos como si fueras arcilla y yo un artesano, te apretaría la carne y te daría mil formas, movería tus miembros, saborearía tu olor en el aire. Nadie vendría a rondarnos, tendríamos el fugaz tiempo encadenado en las caricias, en la respiración acelerada. Tal vez te deje tocarme, quitarme la ropa, dejarte hacer honor a tus palabras. Yo no te dejaría desnudarte, eso me corresponde, pero después. Antes debe venir el beso, deberá venir ese momento en que nuestras bocas choquen por primera vez, sería como una gran curva, una parábola en el aire.

Yeah, she is in my room, oh boy!
Well, now that we know each other a little bit better,
why don't you come over here?

Y te besaría, un beso hondo y extendido como un duelo, hasta rendirte, hasta dejarte indefensa y a mi merced, me hundiría en tu boca, una sola saliva chorreando de nuestras bocas. Una vez que te hayás rendido, por fin, empezaría a cumplirte una a una todas mis promesas.

Sería despacio. Doucement.

domingo, 6 de noviembre de 2005

La noche de los muertos vivientes

Comemos basura.
Su basura.
Revolcamos las bolsas
y ustedes pasan
y somos otras bolsas
que estorban
y hay que ignorar
y capear.
Les damos asco.

Nosotros no nos bañamos,
no pensamos en cambiarnos la ropa,
nos cagamos en ella
la miamos
la vomitamos;
no nos limpiamos las uñas
ni las orejas
ni tampoco nos peinamos.
Hay cosas que se olvidan,
demasiadas,
en reminiscencias de cama
dura, muy dura,
fría
y a veces llueve.

¿Nos han visto la cara?
La cara rota, reventada
por las caricias del suelo
y los garrotes
y las manos y pies.
Hay cosas que conocemos:
el fuego y la piedra
el tubo y el brillo,
el pan como colador,
tal vez un boli
o así no más,
hay cosas que no deberían conocerse
como este fierro herrumbrado
que puede clavarse por accidente
en algún cristiano o infiel,
somos como ratas
que se meten por estrechos huecos
para arrebatar el sustento
el sustento de la miseria,
por qué no nos matamos
si somos tan desgraciados:
pues porque la vida es maravillosa
y ya nos hacen el favor
de matarnos
nos hacemos el favor mutuamente,
nos brindamos a ustedes
y somos tomados
a pesar del asco
a pesar del miedo
o
a causa del asco y el miedo.

Podemos arrebatar
y darles asco y miedo,
podríamos violar a sus hijos
y quemar la ciudad,
podríamos cantar en los buses
y darles lápices y llaveros,
podríamos ser sus hijos,
sus padres, sus amantes,
podemos ser tantas cosas
en estas largas calles
en esta larga noche.

sábado, 5 de noviembre de 2005

Alma a la venta, demonios abstenerse

El fuego. Este fuego, amor, nos quemará a ambos hasta la más absoluta ruina. Mi mujer guerrera, mi valquiria.

El fuego, amor. Estoy encima tuyo y tenés la cara vuelta. Más rápido y más fuerte, ése es tu mantra. Nunca te he sido desobediente. Te meto mi pulgar en tu boca de labios gruesos y partidos de sed y lo chupás como si no fuera mi dedo. Mis dientes en tu carne. Podría morir. Podría morir hoy. Podría morir ahora.

Alucino. En este espejismo, estamos los dos desnudos, húmedos. Estoy boca abajo, roto de cansancio y con todo mi peso muerto. Te subís a mi espalda, tenés un cuchillo afilado. Le aplicás el encendedor. Lenta y cuidadosamente, me tallás tu elaborado signo en el hombro derecho. Sangro. El dolor es como una flor con raíces hondas abriéndose en mi espalda y me provoca un amargo placer. Has terminado. He sido marcado, como yo te marqué a vos en alguna época indeterminada. Me lamés la herida despacio, paladeando mi sangre. Me revuelvo de pronto, te boto de mí como un potro arisco, tengo la verga como una ardiente antorcha derramando aceite y pierdo la vista. Todo es tinieblas. Te arrebato del aire, como un gavilán a su presa y te hago sentada sobre mi cuerpo, que es un buque, un buque con un sólo mástil, en un huracán que lo ha de deshacer como un viento divino. Tu grito rasga la noche, la atraviesa y me hacés sorbido como si yo fuera el asiento de un refresco. Mi mujer guerrera, mi valquiria; siempre serás mía, siempre. Y nunca.

Otra vez.

viernes, 4 de noviembre de 2005

Trágico/Críptico

Esta es la cola de un pavo real, el almizcle, el pequeño templo formado de paja, cabellos y secos esqueletos de conchas. En mí he encontrado una contradicción intrínseca y la he rastreado hasta los fundamentos del universo: la ausencia de significado, la materia de la que todo está hecho.

Salgo a caminar por las noches, largo rato. A veces llueve. Hay una frase en mi cabeza: "No te estoy captando." La digo una y otra vez, como un mantra que sale de mí, dirigida para mí, para mi rostro indiferente y fantasmal en los vidrios de los carros.

Veo a Lars, sentado en las gradas de la entrada de una casa abandonada. Dice que fue un ángel y que su nombre era Maruth. Paso junto a él y me llama con un gesto. Pienso que me va a pedir una monedilla. Se levanta y se me acerca, su cara se acerca tanto a la mía que siento que se la voy a vomitar. Todo él huele a mierda. Muy despacio, paladeando las palabras, me dice en un tono apenas audible:

—Nunca se puede confiar en las palabras de un ser humano, que dirá lo que sea, que puede decirte lo que sea para lograr sus propósitos. Hay que cuidarse de los dueños de las letras y sus ocultas cábalas. Esta noche me podría comer una bandeja con escalpelos.—

Empieza a llorar y su desconsuelo es tan grande como culpable. Lo empujaría, pero me repugna tocarlo. Le digo que no me interesa su cháchara y me devuelvo a mi casa. No puedo evitar pensar que el atorrante ex-ángel tiene algo de razón.

jueves, 3 de noviembre de 2005

Para la que cumple

Estoy en la cocina,
bebiendo jugo del cartón;
vos estás en la compu,
escribiendo,
taipiando escandolosas historias,
de las que vos sos empírica,
tal vez mordiendo uno de tus labios,
(el de abajo, sí; el de abajo)
tal vez con los dedos de los pies
trabados en inconscientes batallas.
Oigo como arrancan las frases
con el bailoteo frenético de las teclas
que se detiene de pronto
y llega a mí un rápido suspiro tuyo
mientras sopesás las palabras.

La tarde es lenta,
la tarde es blanca
de tanto sol;
por mi garganta baja despacio
el jugo de manzana
y refresca a su paso.
Y me surge
desde un recodo
del bajo vientre,
una chispa que recorre
hormigueante todos mis nervios:
es una reminiscencia en la boca,
(un olor)
es como la sospecha
(de que tal vez querés)
y culmino el ancho vaso
y un hielo resbala desde él
y es mordido,
mi lengua lo recorre en melosos círculos
anhelando que fuera otra cosa
y la emoción me provoca firmeza y arrojo.

Como activar el pestillo de un trampa,
me arrojo en un vector
hacia la mullida silla
que has vuelto trono
y hemos agarrado de matadero,
despacio y silencioso
como jaguar mañoso
me acerco
y veo resbalar el temeroso sudor
por las curvas de tu espalda de gata,
mi cabeza se aproxima
y casi podría sorber tu sudor
(si pudiera)
pero me apropio de tu olor
(tu olor de hembra)
tu olor denso y fuerte
como el del clavel.
Mi brazo se desliza
como culebra pastosa
por tu tronco
y cierra su abrazo,
coloco mi cabeza en tu hombro
paralela a la tuya
y mi mano libre libera
el helado cubo
de mi boca
y lo acerca a tu cara,
la recorre despacio,
apenas el roce,
llega a tus labios
que se abren
y lo besas prolijamente
como a ese que amás,
ese bienaventurado
y te volvés con violencia
apretando los dientes
me aferrás la cara
enfrentamos pupilas
y me decís una palabra,
antes del voraz beso:

"Juego."

Paroxismo m. (gr. paroxysmos) Fig:

Hay días en que nuestro amor
es una borrasca,
un largo grito,
una marea que se revuelve en sí misma.

Hoy no es uno de esos días.

Hoy te amo a fuego lento,
como una evolución celeste,
así como el tímido rocío
rueda por las mañaneras flores.
Con tu cabeza inclinada sobre mi regazo,
recorro sin ninguna prisa
tus labios con un dedo
y compartimos un largo silencio,
largo como el sueño de la muerte,
largo como el amor que no muere.

Falso origen del pequeño pervertido

Un día el pequeño pervertido, siendo un niño, entró corriendo al cuarto de su madre y la encontró desnuda y descubrió con horror que ella, a diferencia de su padre, no tenía pene, lo cual significaba que se lo habían cercenado. Horrorizado por la visión, apartó los ojos de las partes pubendas de su madre y la clavó en sus pies, calzados en unas gastadas sandalias. De ahí su perversión. Claro que ver El último emperador cuando tenía nueve años no ayudó. La escena en que Joan Chen fuma opio y le chupan los dedos del pie izquierdo lo llevó al paroxismo erótico y su mano ejecutó un movimiento que nunca antes había hecho pero que de alguna manera conocía.

martes, 1 de noviembre de 2005

La muerte de Glauco, vástago de Ares

Resonó el duro bronce al chocarlo contra el ornado escudo forrado con siete pieles de buey y desde lo más hondo de mi espíritu salió el grito que desafiantes, arrojamos los esforzados guerreros que entrábamos en la cruel batalla contra las temibles amazonas. Resonaron el bronce y nuestros gritos, como cuando el poderoso ponto amenaza con un tormenta y crujen los árboles en la costa, lamentando la tempestad y su posible ruina. Las temibles hijas de Artemisa nos contestaron con ensordecedora gritería, semejantes a bandadas de águilas de afiladas garras. Sin más tardanza, da el rey, caro a Zeus, la orden de cargar contra nuestras enemigas. Mi fiel escudero Dorio, hijo de Yálmeno, agitó las lustrosas riendas y mis soberbios caballos, hijos de Bóreas, nos conducen al centro de la batalla, placer del insaciable Ares. Apreté la nudosa lanza de fresno de afilada punta en mi brazo al ver surgir de entre los carros enemigos la figura imponente de Admete, quien siendo una niña se atrevió a tocar los agudos dardos de la hija de Leto, la cual se bañaba en un oculto estanque en medio del bosque para proteger su virginal desnudez de ojos impíos. Descubrió a Admete la agreste diosa, más no la castigó sino que la tomó para sí como una hija, le enseñó el arte de encajar los arteros dardos en los hombres y a guiar el carro, le adiestró en el arte de curar con hierbas y consultar los designios de los dioses en el vuelo de los pájaros. Más todo este conocimiento de poco le sirvió a Admete, que se complacía en arrojar las mortíferas flechas desde su veloz carro conducido por su escudera y amante Arsínoe. Haciendo votos al letal Ares arrojé la recta lanza, que se le clavó en la hermosa faz a Admete y los calientes sesos se le derramaron por la honda herida y cayó y el polvo cubrió su ornamentada coraza. Arrojóse Arsínoe del carro derramando ardientes lágrimas y corrió hacia donde cayó la infortunada Admete, la abrazó y trató de volverla a la vida con inútiles llamados, porque ya el alma desconsolada de Admete había abandonado el cuerpo y tomado la senda del cruel reino de Hades. Entonces Arsíone alza las manos al cielo y exclama:

—¡Oh, diosa, gran Artemisa, óyeme en mi desgracia! Si alguna vez sentiste cariño por la desgraciada Admete, si alguna vez ella te hizo perfectas hecatombes y quemó pingües muslos de buey cubiertos de grasa en tu honor, no dejes que su muerte quede sin castigo, daña en mi nombre a áquel que osó cegar la vida de esta esforzada guerrera.—

Y la gran diosa, hija de Zeus, no ignoró su dolido ruego. Conteniendo un ácido llanto, bajó rauda del Olimpo, aterrizó en medio de la ardorosa batalla de los aqueos de larga cabellera y las fornidas amazonas y tendiendo el poderoso arco, lo soltó y éste crujió al arrojar las veloces saetas que se clavan en Dorio y en mis espumeantes caballos, haciendo que se volcara el pulido carro y arrojándome al ignominioso polvo. Me levanté presuroso, como el león de abundante melena que es perseguido por los furiosos pastores, deseosos de vengar la muerte de las ovejas de abundante lana, le arrojan teas y agudas piedras, el león huye primero, pero luego su valerososo corazón lo impulsa a volverse y enfrentar a sus perseguidores. Así me levanté para encontrar a la indomable Artemisa cara a cara, y ella me habló con agrias palabras:

—Te he quitado al hijo de Yálmeno y tus veloces corceles, hijos del Bóreas, así como que quitaste a la dulce Admete. Más tu vida no la segaré, porque el hado no me lo permite, pero no importa, porque se acerca la hora en que probarás el agudo bronce y óyeme bien, que no llegarás a ver como el sol se pone hoy.—

Así habló la diosa y se desvaneció en el aire para volver a su palacio en el alto Olimpo con el cuerpo de la caída Admete. Alcé mis ojos al cielo y rogué fervorosamente: "Padre Zeus, siempre he vivido conformer a tus mandatos y he cumplido con todos los votos a las deidades, siempre he sido esforzado en la batalla y honrado las leyes de hospedaje. Te ruego liberarme de este cruel presagio que me ha dado tu carísima hija y si no es posible tal cosa, permíteme alcanzar alta gloria antes de mi muerte y que mi nombre sea cantado por las generaciones venideras como un ejemplo de valía." Supe que el gran Crónida oyó mi ruego y me concedió una de las dos cosas, moriría ese día, más lo haría con gloria. Ufano de su respuesta y desdeñoso de la muerte, corrí hacia Antianara, hija de Artemisa, que acababa de inmolar al joven Anceo, hijo de Agapenor. Éste conocía el arte de la adivinación y trató inútilmente de disuadir a su hijo de entrar en la batalla, donde se dan las grandes hazañas, porque en ella moriría, más el infeliz de Anceo era arrastrado por su hado y los ruegos del anciano no fueron oídos. Antianara le arrojó su mortífera lanza y se la hundió en la juntura de la coraza, donde no había protección. Anceo se derrumbó hacia el suelo y sus armas resonaron con sordo estruendo y la fornida Antianara le separó la cabeza del cuerpo de un tajo de su aguda espada. Empezó a despojar el cadáver de sus armas hasta que llegué yo y le dije con injuriosas voces:


—Fácil es, Antianara, hija de Pentesilea, despojar un muerto de su lóriga, veamos si igualmente me puedes despojar a mí de la mía.—

—¡Oh, dioses!— replicó Antianara, de grandes manos —Vean a Glauco, hijo del veloz Ayante, habla y habla como una matrona vieja y loca. Ya le callaré su pretenciosa lengua y colgaré su cabeza en mi lanza. De nada te servirán los ojos que no cubre nunguna niebla y penetran como los de los ágiles halcones, obsequio del caro Febo.—

Asió una pesada piedra cubierta de agudos picos (dos hombre no podrían levantarla pero ella la tomó sin esfuerzo con una mano) y la arrojó hacia mí y yo, agachándome, puede evitar el cruel lance. Bufando de ira vino hacia mí Antianara, igual a las funestas Euménides y trató de cortarme con el filososo bronce, mas oponiendo el forrado escudo, esquivé el sordo golpe y de un rápido tajo corté los tendones de las rodillas de la animosa amazona, que se desplomó a la tierra y así como el voraz lobo hunde sus dientes en el cuello de la frágil cabra que se ha despegado del rebaño, así entró mi espada, regalo que el héroe Guneo hizo a mi padre y que éste me dio a mí, atavesando las dobladas capas de la coraza amazona y hundiéndose en las entrañas de la fornida moza y la vida la abandonó rauda y su cuerpo mordió el seco polvo.

—¡Desdichada! ¿Para qué enredarse en batallas y arduos esfuerzos? Más te hubiera valido haber nacido de reyes y haberte ocupado de la rueca y las labores de Palas, antes de venir aquí. Ea, ahora anda gimiendo al Averno, que yo te seguiré sin demora.— le dije al vacío cuerpo de Antianara.

Sentí como mi hado cerraba su lazo sobre mí y esto en vez de asustarme, me influyó el brío y el empuje del sangriento Ares. De un carro cercano tomé un arco y voladoras flechas y las disparé como peste sobre las belicosas mujeres. ¡Cuántos bellos rostros se contrajeron en gritos de dolor mientras yo aseteaba sin piedad! Pero mi desgracia se acercaba porque mi furor atrajo la atención de la bélica y bellísima Helena, hija de Pentesilea, reina de las amazonas. Así como la ágil halcona oye piar a sus indefensos polluelos amenzados por un negro cuervo, vuela de regreso al nido y arremete contra el agresor, así armada Helena saltó de su carro lanza en mano para enfrentárseme. Al avanzar hacia mí no pudo dejar de estremecerme la blacura de su piel, su delicada belleza, el brillo guerrero de sus grandes ojos y mi corazón se batió como herido de venenosa ponzoña y reconocí el dardo del infausto Eros y supe muy bien que al fin, después de tantas promesas de dolor cumplidas y los ardores de la guerra, mi destino me había alcanzado, porque el gran Febo me vaticinó que el día en que yo sucumbiera a los encantos del fatal amor, moriría y mi matadora sería mi amada. Así como el viejo león reconoce su última hora y va hacia ella sin temor o precaución, alejándose de la parda manada y busca un lugar apartado para expirar, así me enfrenté a la furibunda doncella. Ésta arrojó la flexible lanza de fresno que cruzó el aire zumbando, levanté el pesado escudo y la punta afilada penetró seis de las siete capas de mullidas pieles. Arrojé de mí el escudo, no lo necesitaría en la oscura senda a la que iba. Helena, igual a una diosa, cargó contra mí espada en mano; fui a su encuentro y lanzé una estocada, pero en medio del aire, solté la caliente espada, renunciando a herir su delicada piel y abracé a mi crudelísimo hado. La aguda pica entró en mi garganta y la caliente sangre me manchó la loriga con ornamentos de plata y un sueño terrible cerró mis ojos y mi alma huyó de mis miembros, dando un gemido, pues abandonaba un cuerpo joven y era cubierta por densas tinieblas.

Y he aquí que la bella y terrible Helena abrazó mi cuerpo vacío como una vasija vacía y sobre él depositó un ardoroso beso, mientras susurraba estas aladas palabras:

—Duerme ahora, Glauco, hijo del gran Ayante, duerme en paz, valeroso varón igual a un dios; entérate que yo compartía parte de tu triste augurio, pues estaba destinado que hoy mi indómito corazón conocería a su dueño y mi propia mano me lo arrebataría. Entérate que yo hubiera huido contigo a Salamina a reinar a tu lado sobre tu numeroso pueblo, pero de otra manera lo entendieron los dioses.—

La fatal y hermosa doncella me prometió honrosas pompas y un túmulo y dejando mi cadáver en acostada postura, corrió donde su madre y junto a ella guió a las esforzadas amazonas a una brutal victoria.

Más cerca

Las expectativasde deshonrarte
de penetrarte,
de amarrarte a las cuatro esquinas
de la cama
y abrirte en canal con mi sexo
son como las mariposas de la noche
que entran anunciando la muerte en una casa,
un libro que se puede comer y es dulce
pero podría ser amargo en las entrañas.
Te he conjurado del morbo,
a ver,
enséñame.

Nadie puede resolver mi falta de fe,
mi iniquidad o mi egoísmo;
vas a tener que ayudarme, sin embargo,
en mi búsqueda de nulidad,
de complacencia,
acércame a los dioses
a través del goce irreflexivo
para que pueda jactarme de mi existencia,
beber su ambrosía
y bailar en su infierno.

Ayúdame,
empújame con tus manos manchadas,
aliméntame de la insolación de tu carne,
de tu piel humeante,
alza mi cáliz y bebe de él, ávidamente,
que te necesito para mi labor.
Enrédame en múltiples tramas,
táñeme,
quiébrame,
tómame.

Direte

Mira este dolor
es pequeño
y furioso
como picada de alacrán.
Lo tengo en el corazón,
músculo notable
que continúa aleteando
dentro de un actor que agoniza.

Es la entrada
al vacío
que corroe mi corazón,
músculo notable
que persiste en bailar
una danza de vida
dentro de un mascarón de arena.

Vos sos mi dolor,
ácido y hermoso,
me clavaste los diente en el corazón,
músculo notable
que grita
porque quiere terminar de ser devorado.

El voto de castidad

Es una invitación. Un venda apretada alrededor de la boca, la realidad cae cortada a machetazos, como un tazón de veneno que te tira al piso. Antes aullaba solo corriendo por la arena, a oscuras, el mar y yo y a veces la luna, prometiéndoseme y yo tratando de alcanzarla, montado en espirales de humo, caminando sobre el reflejo en el agua, escupiendo el alma por los dedos. Ahora soy reducido, forzado a guardar silencios remotos, como si hubiera perdido algo, como haber estado sentado en una mesa de juego un par de días y luego un duro descanso y un sueño de hierro que pesa sobre los ojos que se cierran en un sueño exasperadamente largo.

Una mano brota de la tierra como un tallo de bambú y me invita a tomarla, me invita a descender al alcázar del fuego subterráneo, con tesoros prometidos por los astros, una caminata por los astros, un cometa que surca el éter viendo ancianas estrellas, recibiendo por fin la promesa de la luna. Una invitación a la caída, a una complejidad peor que la anterior, a levantarle el velo a lo velado y mirarlo, tocarlo. Siento miedo, para qué negarlo, a veces uno hace las cosas simplemente porque están ahí y pueden hacerse y no hay nada ni nadie que lo impida.

Dame las viandas que me han sido negadas, dame lo que quieras aunque sea la perdición, que yo te presento el pecho, vamos a ver si he aprendido algo.

lunes, 31 de octubre de 2005

DISCLAIMER

¡Y se acabó! Lo juro por mi fe en Jesucristo, que en este puto blog no vuelvo a escribir nada que tenga que ver con mujeres, ni con terribles limeranzas, ni agonías del anhelo y el recuerdo, ni nada que tenga que ver conmigo, no más yo en mis textos. Escribiré de otras cosas, de las estaciones del año, de las evoluciones de los astros, los meses propicios para las cosechas, los trabajos de las abejas y las hormigas, las ondas de una piedra chaspeando un poza, una aceituna que cae en una copa de perfume (2 tomos.)

Quejas: abaddoncr_1978@yahoo.com, o aquí abajito.

A Sole

Vos sos la amante ingrata.

¿Qué es tu vara,
altanera,
qué es eso,
esa belleza
tan impropia
de las mortales?
¡Ingrata!
Y lo peor,
lo sabés
y ése es tu estandarte,
junto a la lengua afilada
y al empuje de Atenea.
Amada,
dejate desnudar,
no soporto más esta espera,
este crujir de dientes
que es el verte
y no tocarte,
rasgarte de un beso,
entrar en vos como una lanza
y darte a conocer
lo que está vedado
a los mortales.

A Flo

Las palabras,hilos de miel
trazados por
la araña de mi lengua,
conforman la tela
que te envuelve;
te he de envolver,
sin incidentes,
y te llevaré
a la trampa de mi lecho,
donde me cebaré de vos,
lentamente.

domingo, 30 de octubre de 2005

A Ilana Sue

Ella es la palabra.
¿Podrías, por favor, morirte conmigo?
Insoportable
es el pensar en seguir viviendo
si vos morís;
insoportable
es el pensar en que vos estés viva
y yo muerto.

De las extrañas de la tierra
fuiste arrancada,
doblada mil veces
para darte firmeza;
desearía poder sostener tu peso,
ser realmente digno
y que vos siendo mi alma
fueras mi llama
fueras mi palabra
fueras mía.

Sunday morning coming down

Viene otra vez, como un jaque, como un voto de castidad, como una rascadita en el culo. Un hijueputa momento en el tiempo tras otro, los higos cayendo del árbol, los higos maduros y jugosos tan dulces como morder un terrón, como todo lo que éramos, como todo lo que seríamos, amor; tan dulce como tan mío en los instantes de nuestra ceguera; nunca, nunca habrá suficiente, suficiente de las independencias, de las revoluciones, donde éramos iguales, todo lo que teníamos era el futuro. Dónde los niveles de reflejo, las dimensiones de lo surreal, las llaves del cielo, tu boca enredada en mi boca, las almas como lenguas; diosa, mi diosa, ¿a quién le rezo en las noches, diosa, por qué me has abandonado? Es como verte a través de la niebla e ir en pos tuyo y tenerte frente a frente y no poder atravesar la delgada línea de niebla entre nosotros. Uno no hace el amor sin intención, dejame al menos tu recuerdo regándose desde las estrellas hacia mis brazos, llenándome de crema de estrellas todos los rincones de mi cuerpo. El alzar la mano hacia las tinieblas, qué les dirás de mí a tus amigos; el error, un grave error, mi diosa dulce, quien te tuviera abrazada, dentro tuyo, dentro de tu alma, todo dentro, revolviéndose en lo inefable. Pobre criatura del síndrome de los espejos, esas imágenes del cielo tan asquerosamente perfecto: ¿ha sido acaso la mano del tiempo la que me ha barrido, estoy como el pilar de un muelle escribiendo las olas de la tormenta tan inbatiblemente solo, un madero contra el oceáno, quien puede resistir? Hay cosas que no se deberían permitir en los hondos tambores del alma, un golpe seco, un dolor tan horriblemente seco, un pésimo sabor de boca. Cosechando acritudes, penas, inútiles alegatos, ¿no habrá manera de derribar esa puerta aunque fuera comiéndosela? Sólo el desacelere, el tirarse a la cama, escuchar los sermones de los parlantes, irse en el viaje pero sabroso y luego únicamente esperar a que se me baje...