miércoles, 20 de julio de 2005

Gestión contra los ganchos de ropa

Me hubiera gustado ser pintor. Uno con verdadero talento. Me imagino así: Viviendo en una casa vieja, algo como un galerón sin paredes. Más que una casa, un estudio donde comería y dormiría. Habría un colchón, con las cobijas revueltas, en una esquina. Sería pobre, más o menos como ahora, comería casi que al día, siempre persiguiendo la plata. Sería vegetariano. No trabajaría, por supuesto, tener que trabajar es lo peor que le puede pasar a un artista. Pintaría. Me levantaría tarde, tal vez de goma. Desayunaría cualquier cosa, luego practicaría kung fu. Después a pintar, por horas. La búsqueda tortuosa y larga de la pincelada, la ardua persecución de un ideal de belleza siempre escurridizo. Sería mujeriego, seduciría a mis modelos, a mis colegas, aprendices y mujeres en general. En la noche, iría a beber con otros artistas, haría el amor. Imagino las discusiones estéticas, las exhibiciones largamente anheladas. Pero, no soy pintor.

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