domingo, 10 de julio de 2005

Debilidad por las gringas


Ah, fue una buena borrachera. Mi amigo, al que llamaré Urizen, y yo nos bajamos tres picheles de birra y un puro, lo cual fue suficiente para dejarnos bien locos y todo sabrosamente matizado por videos de los noventas que se podían ver en una pantalla gigante en el bar (por supuesto también se oían,) videos de los tiempos del cole. Un par de sucesos graciosos: había una chavala viéndome insistentemente, obviamente le gusté. Cada vez que Urizen se iba al baño, yo le hacía señas más o menos evidentes para que se viniera a sentar a mi lado. Como buena mujer y tica, no lo hizo. ¿Se arrepentirá? No lo sé, no sé que hubiera pasado si lo hubiera hecho, y realmente todo eso no es algo que yo haga bueno y sano, ni siquiera intoxicado; como la otra situación graciosa: al llegar a mi casa, al pasar por el cuarto de mi vecina, dije, en una voz que me pareció audible en el momento, algo como te hago el amor cuando querás. Y para que no quedara duda, al cabo de un rato, abrí la puerta y lo repetí. No soy tan descarado usualmente y no sé si me habrá oído (que le pasará por la cabeza si lo hizo, quisiera saber,) pero estuvo entretenido. Parece que a pesar de lo molesta que es mi vecina, la deseo en una manera bastante primaria.

No soy una persona normal, si bien descreo que haya personas normales caminando por ahí, pero lo digo de acuerdo a los estándares sociales. Sin embargo, sexualmente no soy demasiado bizarro. Soy liberal y me encanta el sexo y hasta ahí, no soy demasiado experimentador, por el momento, ya veremos más adelante. Todo esto es relativo al hecho de que no tengo fantasías elaboradas como algunas personas, que desean culear con algún desconocido en algún lugar público, o hacerlo en la cama de los papás o con algún profesor o superior. Aunque hay algo: me atraen mucho las gringas, ésas que andan de turistas por acá, blancas y machas, vestidas a la usanza tropical de acuerdo a sus criterios, calzando sandalias en sus generalmente hermosos pies y a veces con las uñas de los pies pintadas. ¡Ah, qué bueno sería! Confieso que tengo un fetiche con los pies, desde que vi El último emperador cuando era niño, es algo que busco ver y disfruto constantemente. Ciertamente, qué rico es ver unos pechos generosos, un culo amplio, una piel suave y tersa, bellos labios, un cabello largo, hermosas piernas, manos. Adoro las mujeres y me encanta verlas por la calle, paso momentos difíciles cuando voy con mi amada por la calle, sólo una vez me pilló, descuidado yo por dejarme... Pues bien, creo no tener fantasías muy elaboradas, aunque pensándolo bien, parece que tengo una: mandarme a mi vecina.

Mi querendengue se peleó conmigo una vez más. ¿Yo? Uso el aikido. Si algo he aprendido de nuestros pleitos, es que hay que dejar que se le enfríe la cabeza, sobre todo cuando anda en estos días del mes. Va a funcionar, estoy seguro. Hay algo que he empezado a aceptar: he de vivir mi vida con ella.

PD:

XXXV

Hilos de agua trenzados con misterio,

rodean cautelosos a los amantes secretos

que se empeñan en compartir su soledad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario