jueves, 10 de noviembre de 2005

Una noche con La Sociedad

Por Chili Douglas

Casi no hay luz en el estudio. Operando la consola, un insomne técnico ajusta los controles justo antes de la última sesión de la madrugada, bajo la atenta supervisión de Otrova, celoso controlador de cada último detalle. Dentro de la cabina, el Tugo ajusta las cuerdas de la guitarra, decidido a terminar por fin el día. Detrás del técnico, que dice llamarse José pero por alguna razón nadie le cree y Otrova, un especie de sala de estar compuesta de sillones casi al ras del suelo, distribuidos en ellos se encuentran, entre el tedio y la ansiosa espera, el resto de los miembros presentes de la banda. La espigada Sole, acostada cuán larga es en el sillón largo, hace burbujas de saliva con la lengua y trata infructuosamente de elevarlas para que aterrizen de nuevo en su boca. La Gata trata de elevar un castillo con pajillas rojas de remover café. Elmoto falla en llegar en primer lugar en Gran Turismo y yo soy testigo desde mi rincón; me vuelve a ver y apaga el Playstation y me hace un gesto de resignación. Dentro de la cabina, Tugo está listo. Escupe en el basurero y dice:

—Vámonos.— Por fin, luego de un par de horas, el solo parece haber salido bien. Aliviado, Elmoto se levanta y rápidamente, lava los numerosos trastes sucios que atestan el fregadero.

La canción está lista, letra de Sole y música de La Gata: "El Patán ha muerto, lo mató Pico de Oro." El grupo está en medio de la grabación de su último disco, tentativamente llamado "El jueputa CD". La gente del medio ha señalado este disco como dos cosas para La Sociedad: su consagración definitiva o su definitivo hundimiento. De esto último se ha hablado mucho y los tabloides no dejan de publicar historias sobre los incontrolables pleitos entre Sole y Otrova (que según aquellos han llegado al plano físico,) versiones de la conversión del Tugo a la fe budista y su inminente reclusión en el monasterio de Hatillo 8 y por supuesto los intensos rumores de un nexo de sangre entre El Quintu y Lucifer. La banda se toma tales episodios con insólita calma:

—Estamos totalmente concentrados en la grabación. Por supuesto nos damos cuenta de las publicaciones, no nos hacen falta reclamos de nuestras madres y respectivas parejas, pero no nos molestamos en replicar. Nosotros sabemos como está el arroz y con qué tusa nos rascamos y no necesitamos a ningún pseudoperiodista para indicárnoslo.— aclaró riendo La Gata, no sin mirarme con un dejo de amenaza.

Salimos a la noche helada: estrellas, un pedazo de luna, ninguna nube. Envuelta en su largo chal con apariencia de capa, Sole murmura en tono audible para todos:

—En noches así, un trago es comparable a un buen amante.—

Nadie parece disentir. Hay numerosas historias de bacanales, de orgías de sexo y sustancias ilícitas y diversos locales quemados por la supuesta piromanía de los miembros de la banda (chisme que no tardan en desmentir por lo menos hablando cada uno de sí mismo) y ésta parece ser la oportunidad perfecta para observar al grupo fuera del ojo público. Acomodados en distintos carros viajamos hasta el local que suelen frecuentar, el famoso Quitapenas. Mientras viajamos escuchando un CD quemado con canciones de los ochentas, resuena una especie de trote desde el bolsillo de la pasajera del asiento del copiloto. Atiende la Gata y rápidamente se pone de acuerdo con el otro lado de la línea en la visita al Quitapenas. Corta; nadie pregunta, debo hacerlo:

—¿Quién era?—

—Quintu. — responden los demás a coro.

Resonó, como una campana, por fin el nombre del miembro ausente del grupo, el baterista Quintu, quizá el más polémico (y presencia constante en los tabloides) de la banda. A lo que me habían dicho en la revista, probablemente Quintu estaría presidiendo una sesión espiritista, por lo que no lo vería y ahora aparecía oportunamente para éste que escribe.

Llegamos al Quitapenas en quince minutos. El local, antiguamente bohemio, estaba casi vacío. Se juntaron un par de mesas junto a la ventana que da a la calle y nos sentamos alrededor. Se ordenaron los más selectos licores, los mejores habanos y los productos más deliciosos y llenos de manteca que pudiera arrojar la cocina. Se conversó un rato de diversos temas, hasta que un curioso incidente precedió a la llegada de Quintu. Por algún desperfecto eléctrico, la luz del bombillo que nos intentaba iluminar a través del humo y la noche interna del local, empezó a parpedaer, justo en el momento en que un par de perros se peleaban por unas bolsas de basura, a la vez que entraba Quintu por la puerta y se sentaba cerca mío. Rápidamente se provocó una discusión con acusaciones contradictorias acerca de un oscuro asunto de unos libros de Yeats y un juego de naipes pornográficos. La discusión terminó tan repentinamente como empezó y procedieron a chismorrear sobre su par de cercanísimos colaboradores casi compatriotas: la mexico-estadounidense Ilana Sue y el no menos célebre Yuré, o para ellos "Jupa de anguila" o más cariñosamente "Pelucas Nick Jason." A éste al parecer le estaba cayendo un demanda más de paternidad y la conocida Ilana Sue había entrado en un conocido retiro tantra. A continuación y luego de una rápida sesión de autógrafos con un par de trasnochadores fans (sesión de fotos incluída) se habló de un miembro ausente, de la posiblidad de un nuevo integrante y de sus futuros proyectos. Como a esto último se refiere el siguiente artículo, me referiré brevemente mis impresiones sobre los miembros de La Sociedad: Otrova es un sujeto que aparenta exactamente lo que es, hecha la aclaración que lo anterior se dice de una manera positiva, que se sabe de alguna manera líder del grupo, no sin ayuda del hecho de que él es además, junto a Sole, encargado del management de la banda. Ella, Sole, una de las dos vocalistas, con un aire de suficiencia muy propio, dirigía la conversación como si fuera un juego de cartas; es dueña de una belleza lejana, sabedora de que no es cualquiera quien la coquista. A pesar de lo que se podría pensar, Tugo no es el sujeto violento que se describe en los chismes de los famosos, más bien, como todo guitarrista principal del grunge, es lo bastante reservado para decir que es un poco abstraído en sí mismo, aunque claro: quince tragos dobles de Chivas Regal a nadie ayudan en la conversación. Al otro lado de la mesa, la otra vocalista, la angelical Gata, hermosa y claramente la responsable de esparcir energías positivas hacia los otros, nos contaba regularmente chistes vulgares y frases de doble sentido que hacían la delicia de la banda. Elmoto, a pesar de haberse proclamado el comic relief, decía cosas con bastante sentido, como se podría pensar del bajista y director de videos del ascendente grupo. Del problemático Quintu, veo un cierto cansancio, una impresión de que habla mejor con los temas que compone, con los bolillos y los bombos. Siendo el más elusivo de los integrantes, se han tejido diversas leyendas en torno a él nacidas de los temas que compone: satanismo; aquejado de una crónica drogadicción al pegamento para zapatos (aunque es heraldo de lucha en favor de la legalización del uso de la marihuana con fines recreacionales y acepta abiertamente su consumo con tales fines;) cambio de sexo; evasión de impuestos e intento de sacar de áreas protegidas especies (casi extintas) de orquídeas; que al igual que Merlín el mago, era hijo de Satanás y una mujer y sospechoso en el barrio de tocar timbres y salir corriendo. Debo confesar que me pareció un sujeto común y silvestre y que más bien me sentí algo decepcionado al constatar la realidad.

La conversación se prolongó un rato más y rápidamente la gente de La Sociedad se fueron uno a uno. Me quedé hasta que se fue el último y ahora ordeno mis notas. Aquí a mi lado está el supuestamente insomne técnico de sonido José, quien se me ha sentado cada vez más cerca. Parece que este reportero, esta noche, tuvo suerte.


8-9/11/94

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