El robot activó sus sensores ópticos.
"+9+" apareció en la pantalla.
Estaba en un cuarto de forma cóncava, de una blacura insoportable, con el aire más seco imaginable. Él estaba en el centro, como sacado de un sueño, como recién salido de un horno de barro al rojo vivo. La habitación estaba vacía, no había nada más que el robot y un espejo. Él estaba acostado en el centro del cuarto, con su parte frontal hacia el techo. Se levantó, muy despacio. Era algo que hacía por primera vez. Se dio cuenta de su peso, de su volumen, de su altura. Giró sus sensores ópticos al total alrededor del espacio del cuarto, que era una casa cóncova de una sola habitación. El aire no tenía ni el mínimo trazo de humedad, el nivel de sonido era apenas notable: el viento cargando lígeras partículas que se movían a ráfagas, raspando el exterior de la casa. El robot se desplazó; al principio muy lentamente, aumentando la velocidad de sus desplazamientos periódicamente. Registró su rango de movientos. Caminó hacia el espejo. Vio una figura insólita en el espejo. Era tan incongruente con su alrededor, con su composición tan diferente. Los alrededores eran simples, la figura se veía complicada. Notó la diferencia. Pronto tomó consciencia de que lo que veía en el la superficie del espejo era su propio reflejo. Articuló su primer sonido, una mezcla de gruñidos y chillidos:
—Yo soy. Yo existo.—
Más allá del espejo había una apertura nítida, una puerta, que daba al exterior, al exterior que se veía a través de otras aberturas tapadas con cristal, el exterior que se veía tan amplio, al contrario de la casa, al espacio más puramente abierto. Se dirigió a la puerta, para atravesarla y salir; sí salir, al exterior, afuera, más allá.
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