domingo, 6 de noviembre de 2005

La noche de los muertos vivientes

Comemos basura.
Su basura.
Revolcamos las bolsas
y ustedes pasan
y somos otras bolsas
que estorban
y hay que ignorar
y capear.
Les damos asco.

Nosotros no nos bañamos,
no pensamos en cambiarnos la ropa,
nos cagamos en ella
la miamos
la vomitamos;
no nos limpiamos las uñas
ni las orejas
ni tampoco nos peinamos.
Hay cosas que se olvidan,
demasiadas,
en reminiscencias de cama
dura, muy dura,
fría
y a veces llueve.

¿Nos han visto la cara?
La cara rota, reventada
por las caricias del suelo
y los garrotes
y las manos y pies.
Hay cosas que conocemos:
el fuego y la piedra
el tubo y el brillo,
el pan como colador,
tal vez un boli
o así no más,
hay cosas que no deberían conocerse
como este fierro herrumbrado
que puede clavarse por accidente
en algún cristiano o infiel,
somos como ratas
que se meten por estrechos huecos
para arrebatar el sustento
el sustento de la miseria,
por qué no nos matamos
si somos tan desgraciados:
pues porque la vida es maravillosa
y ya nos hacen el favor
de matarnos
nos hacemos el favor mutuamente,
nos brindamos a ustedes
y somos tomados
a pesar del asco
a pesar del miedo
o
a causa del asco y el miedo.

Podemos arrebatar
y darles asco y miedo,
podríamos violar a sus hijos
y quemar la ciudad,
podríamos cantar en los buses
y darles lápices y llaveros,
podríamos ser sus hijos,
sus padres, sus amantes,
podemos ser tantas cosas
en estas largas calles
en esta larga noche.

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