Esta es la cola de un pavo real, el almizcle, el pequeño templo formado de paja, cabellos y secos esqueletos de conchas. En mí he encontrado una contradicción intrínseca y la he rastreado hasta los fundamentos del universo: la ausencia de significado, la materia de la que todo está hecho.
Salgo a caminar por las noches, largo rato. A veces llueve. Hay una frase en mi cabeza: "No te estoy captando." La digo una y otra vez, como un mantra que sale de mí, dirigida para mí, para mi rostro indiferente y fantasmal en los vidrios de los carros.
Veo a Lars, sentado en las gradas de la entrada de una casa abandonada. Dice que fue un ángel y que su nombre era Maruth. Paso junto a él y me llama con un gesto. Pienso que me va a pedir una monedilla. Se levanta y se me acerca, su cara se acerca tanto a la mía que siento que se la voy a vomitar. Todo él huele a mierda. Muy despacio, paladeando las palabras, me dice en un tono apenas audible:
—Nunca se puede confiar en las palabras de un ser humano, que dirá lo que sea, que puede decirte lo que sea para lograr sus propósitos. Hay que cuidarse de los dueños de las letras y sus ocultas cábalas. Esta noche me podría comer una bandeja con escalpelos.—
Empieza a llorar y su desconsuelo es tan grande como culpable. Lo empujaría, pero me repugna tocarlo. Le digo que no me interesa su cháchara y me devuelvo a mi casa. No puedo evitar pensar que el atorrante ex-ángel tiene algo de razón.
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