Es una invitación. Un venda apretada alrededor de la boca, la realidad cae cortada a machetazos, como un tazón de veneno que te tira al piso. Antes aullaba solo corriendo por la arena, a oscuras, el mar y yo y a veces la luna, prometiéndoseme y yo tratando de alcanzarla, montado en espirales de humo, caminando sobre el reflejo en el agua, escupiendo el alma por los dedos. Ahora soy reducido, forzado a guardar silencios remotos, como si hubiera perdido algo, como haber estado sentado en una mesa de juego un par de días y luego un duro descanso y un sueño de hierro que pesa sobre los ojos que se cierran en un sueño exasperadamente largo.
Una mano brota de la tierra como un tallo de bambú y me invita a tomarla, me invita a descender al alcázar del fuego subterráneo, con tesoros prometidos por los astros, una caminata por los astros, un cometa que surca el éter viendo ancianas estrellas, recibiendo por fin la promesa de la luna. Una invitación a la caída, a una complejidad peor que la anterior, a levantarle el velo a lo velado y mirarlo, tocarlo. Siento miedo, para qué negarlo, a veces uno hace las cosas simplemente porque están ahí y pueden hacerse y no hay nada ni nadie que lo impida.
Dame las viandas que me han sido negadas, dame lo que quieras aunque sea la perdición, que yo te presento el pecho, vamos a ver si he aprendido algo.
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