lunes, 6 de junio de 2005

Recordá lo esencial: la puerta está abierta


Hay algo que sé con relativa certeza y es cómo voy a morir. Es una idea general, no está repleta de detalles, pero si sé que yo me voy a matar. No sé cuando, espero que no sea pronto. Pienso que es inevitable y de hecho un acto de autorrespeto y decencia. De honor, puede decirse, suena bonito, así como el samurai que cometía seppuku lo hacía para recuperar el honor perdido, así el suicidio puede ser el último acto redentor de una vida miserable. Y ése es precisamente el punto, la justificación de por qué cometer tal cosa. Digamos que uno es diagnosticado con una enfermedad incurable que eventualmente lo matará. ¿Para qué esperar? O más natural e inevitablemente, si se llega a una edad y condición tales en que uno se alimenta únicamente de papilla y siente alivio cuando logra llegar al baño a tiempo; y siendo menos cómico, cuando ya se hayan perdido la fuerza y la vitalidad y el dolor físico se convierta en un compañero de (mala) vida, pues yo no le veo la lógica a prolongar tal estado. ¿Por qué no finalizar con todo mientras se pueda? ¿Por qué permitir tal humillación a la vida? Hombres y mujeres de gran estatura lo han hecho y ciertamente, si Cristo existió y lo hizo de la manera en que se cree, pues bien, Cristo se suicidó (Un ser omnipotente sólo puede morir si lo desea, esto es, que se mató.)

Es una cuestión de libertad, del derecho a decidir sobre la propia vida ante el mundo, el mismo mundo que asesina inocentes con una mano y con la otra prolonga la existencia de personas para las cuales la muerte es un alivio, todo con hermosos e hipócritas discursos. Yo estoy vivo y no desearía morir nunca, más tengo que hacerlo y quiero escoger cuándo y dónde. ¿Estoy siendo irrazonable? Es gracioso: para todo el mundo menos para mí soy prácticamente inmortal, ya que sólo mi mano me dará muerte.

PD:

Cementerio arcoiris

En época de fiebre,
poseído por sangre burbujeante,
admiré y deseé sabrosas redondeces,
carnes firmes y tiernas
temblorosas y abultadas.
Me estremecí ante encajes
que adivinaba de reojo.
Y no hice más que observar
y desear y querer y agonizar y morir.

A la luz de los años tristes
que me acometieron después,
no hago más que arrepentirme
por mi cobardía y falta de audacia.
Ahora me desgasto en sueños inútiles
llenos de un placer amargo,
placer porque hago lo que nunca hice
y amargos porque son sólo sueños.

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