sábado, 11 de junio de 2005

La vida imita al arte


Ciertamente. Para muestra un botón: He perdido la sensibilidad en los dedos meñique y anular de la mano izquierda, lo cual sumada a la consabida insensibilidad del índice de la misma mano, gracias a aquel tajo sin gracia de hace unos años, me deja una pérdida táctil en dicha mano de un ¿qué? ¿30, 40%? En fin,

PD:
VIII

Ya antes ha pasado. De un tío abuelo y tocayo mío, decían que tenía cierto don. Alguien llegaba y le hablaba, y si los ojos de ambos se enfrentaban, mi tío se deslizaba dentro de la persona, hasta lo más hondo, y lo veía por dentro, desde adentro. Averiguaba todo, en imágenes: podía ver el alma arder en un lago de bronce líquido; o flotar en una corriente de aire que arrastrara luciérnagas; tal vez en alguna ocasión encontró un espíritu reposando en una cama hecha de niebla, o algún alma irremediablemente perdida en una biblioteca titánica y oscura, viciada con el olor a libros viejos. Durante esas zambullidas místicas se quedaba estático, su respiración cesaba, el cabello se le erizaba; al terminar caía al suelo, dormía veinte horas y su despertar era como la resurrección de un muerto. Quedaba debilitado por semanas. Odiaba esa capacidad que tenía, trataba de mantener su vista en el suelo, pero bastaba un descuido y de nuevo caía dentro de alguien.

Detestaba los espejos. En su casa no había ninguna superficie reflejante. Allí todo era opaco, decían mis tías, ya que a mi tío abuelo le aterrorizaba la posibilidad de llegar a ver su mirada refractada y hundirse dentro de él, y llegar a saber toda la verdad de sí mismo. Si alguna vez pasó, nadie se enteró.


(Tomado de mi autobiografía perdida.)

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