martes, 10 de mayo de 2005

La ceniza del incienso


Todos tenemos secretos. Todos tenemos secretos horribles. Todos los ocultamos, porque los creemos capaces de devastar nuestra cómoda vida de miseria. Lo peor de tales arcanos no es que los demás, los demás que nos importan al menos, no nos los perdonen (que pueden hacerlo) sino que nosotros mismos, uno mismo, yo mismo, no lo hacemos, lo hace o lo hago. Lo peor del perdón es negárselo a uno mismo. Yo he cometido, desde mi punto de vista, crímenes innombrables. El sólo imaginar ver a la luz tales hechos me angustia en medida extrema, como la anticipación de una caída libre, de una amputación. Recuerdo el temblor de manos, la vista baja, la respiración mecánica y la garganta constreñida, todo lo que sentí al cometer mis pecados. ¿Qué es un "pecado," qué "una buena acción?" ¿Quién o qué lo determina? El pecado de un ser humano es la virtud de otro.

¿Y vos qué? ¿Cuáles son tus pecados, tus historias innarrables, las culpas inconfesables? ¿Serán peores que las mías? Tal vez sí, o no. Nunca lo sabremos. ¿Cómo sería gritar lo que nadie se atreve? Subirse a una baranda y escupir los terribles secretos como una maldición hacia los demás... ¡Qué liberador! Lo seguiría una paz tan grande, la paz de no ocultar nada, de no tener nada en el lado oscuro del corazón. La culpa que se confiesa ya no se tiene. ¿Te podés imaginar, tal vez, un blog donde registar todas esas ofensas contra vos mismo, contra la puta humanidad? En algún lugar de esta Biblioteca de Babel, quizá llegue a estar esa página mía e inefable.

PD:

XXXII

Fugaz ceremonia de ilusión,
alimentada por canales cristalinos.
Un rey, antes esclavo,
preside el cortejo de los adoradores de la luna.
Un huracán arrastra páginas de libros sacrificados al celaje,
el círculo de ancianas piedras concuerda con las constelaciones.
El fuego danza en frágiles teas,
una oración, casi un suspiro,
une a las mentes en melancolía.
Las miradas viajan en pos de lo omitido,
un fantasma acecha, y nadie se percata.

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